La carta

Había una vez una carta sin sentido. En el fondo de un buzón. De esas cartas que llegaron tarde, cuando ya todo el mundo revisaba sus buzones en el mundo virtual de la internet. Me gusta pensar que, en esa carta, alguien se despedía. Seguramente, a medida que el tiempo fue desgastando el buzón  y abriendo orificios por sus esquinas, la carta comenzó a desaparecer encima de la intensa humedad de este trópico. Las letras, cuidadosamente concebidas, se fueron diluyendo y colapsando junto con el papel que se convertía en una masa compacta contra el fondo metálico. Quiero pensar que, entonces, como quien hace un conjuro que no resulta, esa despedida nunca fue tal. Las palabras de adiós nunca fueron repensadas por ningún destinatario, nunca hubo una herida ni lágrimas. Gracias a los inviernos que vinieron con los años, aquello que unía dos vidas nunca fue disuelto o arrancado. Más bien, imagino dos manos que se buscan sobre la mesa de un café y que no logran recordar qué decía una carta que alguna vez te envié.

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