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Mostrando entradas de enero, 2022

Si me muevo

 Si me muevo, lastimo el aire. Si respiro, alguien se ahoga en algún ahora. La tierra lamenta los pasos que doy hacia mi muerte y mi muerte, llora lo mucho que tardo en caerme en ella. Así se me va un día y otro, porque no puedo encogerme lo suficiente ni puedo retirarme tan lejos como quisiera, ni encerrarme herméticamente para no ser alcanzado por lo mucho que duele la mirada triste de los años que ya pasaron. Por más que trato de ocupar un espacio en el vacío, de lograr que algún latido me recuerde o la espesa maraña del tiempo me salte, no puedo evitar que, de nuevo, mi compañero del kinder ponga su mano en mi cuello, detrás de algún edificio, en la hora del recreo y me haga ver, con todo su peso, las luces más maravillosas que alguien pueda contemplar, a través de una ciega violencia que nunca deja de suceder. 

Cuando se hace de noche...

 Cuando se hace de noche, de noche se pone la calle y su asfalto respira pausadamente los humores del día acabado. El río recita su rosario de lágrimas de san pedro y yo lo sigo a través del pasillo que fue mi infancia, entre las velas oscurecidas de mi madre y sus visiones inquietas. Imagino sus orillas porque definitivamente son como las de mi cama mientras veía ratas gordas y ajenas jugar al azar contra la luna. Las casas se recogen en sus íntimas renuncias y nadie las ve llorar, porque, en fin, de quién es la culpa, ¿no? Yo, entonces, me recojo en estos espacios en blanco y pienso que la noche es algo que nos pasa cando ya nos pasó el día, porque no se puede cantar sin dejar caer algún silencio, porque eso es lo que buscan los perros debajo de nuestras mesas servidas para el mañana. Aunque en la noche, cuando el río recita y la calle nocturna y las casas, los perros vuelven sus panzas a las estrellas con los ojos cerrados. Nos parecemos tanto. Porque no es que piense en el tiempo y