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Mostrando entradas de febrero, 2016

Paranoia

Puedo suponer una criatura iridiscente alojada en la base de mi cráneo, adentro, succionando la vida a través de mi médula espinal. Puedo suponer que, a cambio, llena de fantasías mis pensamientos. No hay ceguera más llena de colores. Es así que no siento su presencia ni quiero sentirla, porque quiero esos sueños que se propagan insidiosos por los recovecos cerebrales. ¿Qué tal si decir "yo" no es más que una manifestación de semejante parásito, junto con ese endémico miedo a desaparecer? Esa identidad que no es más que una elaborada defensa, un camuflaje. Luego, matamos, sobrevivimos, lloramos, queremos, deseamos en favor de esa criatura que no sospechamos. La única forma que toma la verdadera libertad es la de un punzón largo y grueso junto con un mapa detallado de las partes del cerebro.

Esquina inalcanzable

Siempre una esquina, una orilla, un resquicio difícil de alcanzar con los largos filamentos de la escoba. Territorio autónomo y misterioso. Lleno de aquellos restos de pasado sin posible clasificación. Tal vez, de un tiempo anterior a mi existencia. Esta idea, de repente, me resulta inquietante. ¿Con qué o con quién vivo yo que me creía un ser solitario, lleno hasta la saturación de mi rostro en los espejos? Y he aquí que veo, de reojo, la mirada brillante de lo que ya aconteció agazapada en los inalcanzables ángulos. Es así que el tiempo son esquinas que no se agotan, sino que se estremecen arreboladas con cada seducción tosca del ahora. 

Antes del café

Jaqueca de madrugada y los párpados sellados por las horas. La luz de la mañana es un velo gris sobre las cosas. En esta especie de quietud en la cual un tren brama en la distancia y motores de lavadoras se acompañan en sus ciclos, yo muevo cada uno de mis miembros con cuidado. Como si todavía estuvieran a prueba. Tengo los pensamientos fuera de sus lugares. Si muevo la cabeza impactan las paredes craneales con sus puntas irisadas. No lo hubiera esperado de un día como hoy pero..., tengo ganas de comerme el mundo. Aunque sea con mordiscos pequeños y lentos. En esta extraña esquina del ahora, el espíritu juega a desarmar un reloj y poner a rodar sus ruedecillas. Todo vibra me digo con ese temblor necio en el ojo y pongo a andar este cuerpo demasiado grande hacia la cocina donde todavía se acurruca, negro y confiado, el coffee maker. 

Letras pequeñas

Escribo con letra pequeña. Para perder de vista las palabras. Para que las palabras se pierdan y no encontrarlas de nuevo en alguna conversación o en la cita quincenal de psicoterapia. Es inútil. Igual siguen los rastros de mi negligencia o mi ineptitud; que para efectos prácticos es lo mismo. Luego sus narices me buscan bajo la puerta y me sorprende que no hayan pasado debajo de ella. Algún día podrían encontrarlas agazapadas en la tibieza de las sábanas o dando vueltas en el tambor de la lavadora. Quién sabe. Al fin y al cabo, esos diminutos accidentes son parte de gráficas sin retorno en los ensayos tan característicos de este universo.