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Mostrando entradas de 2018

Mi pequeño yo

Caminamos... Yo y mi pequeño yo... El sol es una bola ardiente en medio del cielo. El sol es lo que hace al verano, verano, dice mi pequeño yo henchido de gozo y yo le creo porque cómo podría ser que algo esté mal en medio de esta mañana repleta de proyectos y aventuras que soñamos concluidas en alguna coordenada del futuro. Yo y mi pequeño yo caminamos de la mano por la acera gris rayada de grietas y nos decimos a nosotros mismos: este es el momento ideal para dejar de pensar. Yo y mi pequeño yo nos detenemos a la par de algún parque para niños y decidimos no pensar. ¡Es una alegría sorprendente!, dice mi pequeño yo. Yo le digo: "era" y dejamos que la línea de una sonrisa se chorree por los labios y nos manche la camisa. De todas maneras, de eso se trata el verano. De dejar a un lado los egos. ¡Me muero de la risa!, dice mi pequeño yo. Y yo pienso que mi pequeño yo no se percata que siempre está la muerte ahí, en la sombra que hacen los momentos plenos de la vida. Mi pequeño

Sábado noche

Uno reescribe contra la nuca del tiempo. En ese espacio que queda disponible. Es necesario tomar una decisión porque no se puede poner todo. Aunque a veces, tiene uno la sensación que es todo lo que importa, que es todo lo que se hace grieta. Vos me decís que es imposible que nos encontremos en el camino, que tus minutos se van entre las páginas de una historia que no se trata de mí, que ya habías revisado las entradas de esa agenda imposible que seguís paso a paso. Mi escritura inconexa es una espera y una esperanza. Allí, en el espacio ese, el disponible. La nuca del tiempo, la nuca del tiempo es un señuelo para despistados. Ya sea que hacés un grabado, que movés una silla, que te sentás a mi lado en una fiesta oscura o garabateás un monstruo en alguna superficie, mi tiempo ya pasó. Mientras te quedás dormido en el regazo limpio y cálido de unos senos, yo reescribo, contra la nuca del tiempo, mi propia muerte.

Después

Es así la hora de este día. Una explanada de objetos inconexos. Juego de relaciones y ningún rostro. No te engañés. Es imposible dar identidad siquiera a esta hora que se desliza, se escapa, se cuela por los poros del tiempo. No te engañés. No hay razón alguna. La razón de la estadística. El juicio divino es un negocio entre la aleatoriedad y la probabilidad. Pero esta angustia es completamente clara, precisa, intensa, ardiente. Luego, mi cabeza escapó de mi regazo y ya no puedo mecerla como se mecen las ramas de un árbol en diciembre o como se mecían los minutos debajo de un puente algún veinte de octubre que no puedo recordar.

Algunas personas...

Algunas personas, por casualidad o porque la vida, hallan su felicidad en el despojo de lxs demás. Lxs despojan de sus bienes, de sus oportunidades, de sus oportunidades de crecer o amar, de su libertad, de su dignidad, de su vida… Siempre existe alguna justificación grande, con artículo y todo. Algunas personas, por casualidad o porque la vida, creen que el aliento de Dios que mora en ellas podría apagarse y, celosamente, lo esconden en lo más recóndito de su corazón, a la sombra. Ese aliento, poco a poco, comienza a hacerse más débil y aquello que estaba antes claro, se convierte en terroríficas sombras que los asustan. Acosados por las deformes impresiones que los habitan, encuentran demonios por todas partes y creen que su felicidad será posible cuando llegue el día en que todxs estén igual de aterrorizados como ellxs. Algunas personas, por casualidad o porque la vida, han pensado que la única forma de lograr lo que quieren es si no son ellos mismos. Necesitan convencer a

Narices y colas

Salí a dar un paseo con mis perros. Al suave, como se dice. Son esos días, esas horas... Las calles y las aceras hablan de una ciudad que sólo es la de esos días, esas horas. Voy al ritmo alegre de las narices y las colas. Uno podría ser cola, ser nariz, ser la ventana de un mundo. Que sí soy, que sí soy... Aquí voy. Ellos que son la espera, que son la ansiedad y la rendición completa no se cambian por ningún otro perro y les da miedo, creo yo, que yo cambie y sea otro y por eso le ladran a las sombras, a otros perros y a aquellos que, sin aviso, se acercan demasiado aprisa. Aquí estoy, les digo, aquí estoy. Y ya nada importa, ni siquiera esta ola de frío que es como un presagio incómodo. O que el futuro está hecho de arena. A mí me gusta verlos a los ojos. Se me pasan los minutos y no pienso. No hay nada qué pensar. El tiempo es nuestras existencias que se encontraron y no cesan de encontrarse. Luego pueden dormirse y yo, a mis cosas de humano, de vuelta a esas cosas del pensar, de vu