Entradas

Mostrando entradas de junio, 2016

Ciudad

Vivir la ciudad. Mar de motores y pasos ansiosos. Tejido de esperanzas y amores furtivos. Nudo de historias y fantasmagorías. Trato de discurrir pacientemente por sus calles siempre estrechas y ese destino siempre postergado. Descubrir en la sucia esquina el empuje de raíces y promesas. Atravesar una mirada que me atraviesa. Pensar el amor como quien piensa agujas y exóticas tierras. Y creo que me quedo encerrado por ese horizonte abrasado de la hora pico y los bocinazos de la frustración. Y creo que vuelo como una bala perdida en medio de los sueños de la noche y creo en que puedo, sin tanta telenovela, herir un corazón. 

Flor marchita

La flor marchita deja caer uno a uno sus pétalos. Después de ganarle al verano, al cemento, a la indiferencia de las probabilidades. Uno a uno vuelven todos los deseos que se abrieron a la luz a la oscura morada de la desintegración. En el último momento, un recuerdo de galaxias que chocan y colapsan en algún tiempo que ya no es. Alguien dice algo sobre las dimensiones. Otro que la eternidad. Y la flor deja caer el último eslabón y deviene otra cosa que es puro misterio. 

Crisis

Dejar retazos del tiempo, como quien deja jirones de una piel ya gastada. Tomar un respiro justo antes de consumirme en el después y temer que el aire no sea suficiente para lo que resta de vida. Revisar las experiencias y llamar a todos los vendedores en el salón principal para decirles que nos ganó el mercado (como si el mercado necesitara correr). "Estamos en crisis, hermanos, estamos en crisis". Luego, abrirles las puertas y que se vayan como una bandada de mariposas contra el cielo demasiado azul de un día que ya no recuerdo. Ver los desolados espacios donde solíamos hacer planes inciertos. Todos inyectados con esa sustancia nociva que es la juventud. Ya no están. Como si fuera uno de esos lugares abandonados por el deseo de sus habitantes. Los minutos se acumulan en las esquinas extrañas del ahora. Las sombras de universos alternos dejan huellas sobre el piso ensombrecido. Como quien comienza otra tanda de alucinaciones, dejo a las horas descolgar su tiempo por las vena

Un día

Un día como cualquier otro la violencia irrumpe, desarticula relaciones, separa personas, abre abismos insondables de miedo, venganza y aniquilación. Un día como cualquier otro llegará también un amor ilimitado, que construye más allá del tiempo y el espacio. Porque así como no hace falta para la violencia más que una herida infecta en el espíritu, así también la consciencia entiende que el amor pleno es el destino de todo lo que palpita en este Universo y, en la oscuridad de los tiempos que vivimos, en esta misma esquina del ahora, de forma imperceptible, ese mismo amor comprende, abraza y sana. 

Cansancio

Estoy algo cansado hoy. De intentar leer en el enrejado de la realidad por qué estoy cansado.

Dos palabras

Hoy me di a la tarea de desvestir de espejismos un par de palabras traviesas. Quién lo hubiera pensado de ellas. Tan comunes, tan corrientes; como dicen. No es que uno se proponga pasarlas por alto o decirles "hoy sí", "mañana no". Pero la larga historia de cotidianos manoseos destruyen en uno la capacidad para el asombro. Es así que me di hoy a la tarea de escucharlas con cuidado, en la corriente invisible del sonido. Las escribí, las pinté, les hice una poesía a cada una y, finalmente, las dormí en medio de un silencio feliz. Sentí que había reparado alguna esquina agrietada de mí mismo. Y que una palabra era algo más que un nombre, que una orden o un desconsuelo. Era un espíritu, una aventura y un sueño compartido desde una memoria envuelta y misteriosa; como un regalo.

La carta

Había una vez una carta sin sentido. En el fondo de un buzón. De esas cartas que llegaron tarde, cuando ya todo el mundo revisaba sus buzones en el mundo virtual de la internet. Me gusta pensar que, en esa carta, alguien se despedía. Seguramente, a medida que el tiempo fue desgastando el buzón  y abriendo orificios por sus esquinas, la carta comenzó a desaparecer encima de la intensa humedad de este trópico. Las letras, cuidadosamente concebidas, se fueron diluyendo y colapsando junto con el papel que se convertía en una masa compacta contra el fondo metálico. Quiero pensar que, entonces, como quien hace un conjuro que no resulta, esa despedida nunca fue tal. Las palabras de adiós nunca fueron repensadas por ningún destinatario, nunca hubo una herida ni lágrimas. Gracias a los inviernos que vinieron con los años, aquello que unía dos vidas nunca fue disuelto o arrancado. Más bien, imagino dos manos que se buscan sobre la mesa de un café y que no logran recordar qué decía una carta que