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Mostrando entradas de mayo, 2016

Escribir

Escribo porque sí, porque es inevitable. Porque la vida es una pompa de jabón y una montaña. Porque no puedo detener las horas que me atraviesan con dardos envenenados de vida. Porque los pensamientos se empujan entre las hojas frescas de un limonero que mi memoria prefiere no olvidar. Porque un beso se vistió de bala y una lágrima quiso ser felicidad. Porque me sentí alguna vez pequeño, tan pequeño, que podía atravesar sin problemas la cerradura del sueño y volar hasta que se acabara la noche. Y entonces, escribí. Lleno el pecho de insectos que zumbaban y la cabeza de aves migrantes que quisieron probar las nubes de algodón, como me decía mi madre cuando ni siquiera sabía que podía ser alguna cosa, un humano o un extranjero. Ya no puedo, si quisiera, dejarlo. Incluso si nadie lee estas líneas, o estas líneas no sirvieran para nada. Ya no puedo dejar esta pequeña comarca y sus esquinas del ahora que me ofrecen, no sin cierta malicia, un horizonte ardiente que siempre está próximo y lej

Deriva

La vida, a veces, me recuerda una vieja clase de Estudios Sociales. En ese lejano Liceo Unesco y sus aulas en serie. Un libro de texto, un par de páginas sobre la deriva continental. Trataba de imaginar las grandes placas desplazándose ese par de centímetros por año antes de cambiar de página y ver en el mapa lo que fueron los continentes alguna vez. Luego, te hacés la pregunta: ¿y antes? ¿Antes de los continentes? ¿Antes del océano? Así es esta tarde de mayo: la vida parece desplazarse lentamente como parte de una deriva personal, un par de centímetros cada año con alguno que otro terremoto memorable que no cambia nada. Me pregunto el origen de este fenómeno, mientras las moscas se pasean nerviosas de una ventana a otra, y sé que no sé qué había antes de este cuerpo, de este océano que es mi adentro. Los recuerdos milenarios dejan fósiles que no logro reconocer, pero que clasifico con cuidado; por aquello de que siempre hay algo que decir en torno a cómo se ha vivido. Después, puede s

¿Quién?

¿Quién puede imaginar otro mundo? Imaginar el mundo del mañana, es decir, otro mundo. Un mundo que pueda tomar sobre sus hombros nuestra ignorancia e inconsciencia y convertirlos en luz, vida y comprensión. ¿Quién visita las oscuras lágrimas de los refugiados, desterrados, marginados, humillados, enfermos y tristes? ¿Quién le cuenta a los seres humanos comunes que los relojes se detendrán un día cuando no quede nadie para pedirles la urgencia del futuro? ¿Quién les dirá, además, que es una pesadilla que se aproxima por la esquina inescrutable del ahora? Me siento en el piso de mi apartamento y realmente estoy desvinculado de cualquier sueño que sea para todos. Y cuando digo todos digo todo el planeta. Al revisar la inmensidad de la vida, lo ilimitado de las fuerzas que gobiernan el universo, intuyo el efecto rebote de nuestras acciones. No temo lo que nos puede suceder. Temo que nada pueda detenernos porque no sabemos detenernos. El adicto es una aguda metáfora para la humanidad, cuya

Calor y atardecer

Una tarde sin arena. Tiempo sin liquidez según los últimos reportes de algún anónimo. Pasó, por el momento, el tiempo de las tormentas. Una lagartija ermitaña está quieta a la sombra. Sudor y sed. Blanco y negro. El sueño de las paredes puede conocer un largo despertar. Quién lo sabe. A veces, una brisa improvisada empuja una hora entera dentro del atardecer y ya no sé nada sino el fuego y el crepitar de las fantasías. El sol es una bolsa de té amargo que se hunde en un mar de líquido amniótico. Y allí dentro espera... Espera... El tenue palpitar de un corazón pequeño. El movimiento de una pequeña mano. El empuje todavía dudoso de una nueva vida.

Una alegría pequeña

De noche, la luz de una sola estrella es suficiente. Uno puede confiar en la música oculta de las gravedades y las fusiones. Puede soñarlas antes incluso de cerrar los párpados. Rodeado por la oscuridad me pienso como una interioridad avasallante. Siento cómo palpitan mis emociones y hay un pequeño músculo involuntario que se oculta debajo de los pliegues que supongo es la esperanza. Ahora sí, me digo, ha llegado mi tiempo. Y siento una alegría pequeña e íntima. Como si ya hubiera dado ese beso, como si ya hubiera conocido ese lugar inesperado o como si ya estuviera viejo y grave a la sombra del último higuerón.