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Mostrando entradas de abril, 2017

Desayuno de madrugada

Madrugada. No distancias. Casi vacías calles de este cuerpo. Latidos sin propósito. No hay herida. Anestesia. Sueño. Me sumerjo en la primera soda abierta y concurrida. Soy un accidente en la barra larga que espera un pinto con huevo y abrazos no. La vida supura tiempo y un par de ansias. He descubierto ya hace mucho que, en cualquier momento y sin aviso, alguien te puede meter la cabeza de lleno en el hueco de una letrina, ponerle un mal ojo a tu fractura y darte una patada en dirección a la exclusión o a la soledad. Luego, la ciudad se duerme y se despierta sin ningún remordimiento, sociopática y feliz. Anestesia y un poco de facebook. Latidos. Estoy vivo, sí. No hay herida. Miento. Tiempo espeso. Sobran las explicaciones y los hechos se desfiguran con cada plato que veo pasar hacia otras mesas. Me sumerjo en este escrito. Pienso una mañana futura. No sé si en un mes o tres. La mañana de un desayuno sin esperas. Un abrazo que te cobija en ese lugar incierto del monstruo que sos.

Puede ser...

Puede ser que tenga un remordimiento asomado en el horizonte. A la pura par de la puesta de sol. Puede ser que todavía le tenga miedo a la noche, posiblemente por aquellos años perdidos en los que imaginaba a mi abuelo detrás de la puerta o un par de ratas enormes. Hay moscas zumbando en las ventanas de mi casa. Esos insectos tan despreciables y tan afectos a la luz. Puede ser que me duela la memoria y, definitivamente, la parte del corazón donde impactaron ciertas frases de un sábado en la noche. Si a mí me duele, no quiero imaginar el dolor de un pecho que ya no palpita en mi mano, pero que ha dolido tantos años que ya no le duele a su dueño.

Un oscuro pensamiento

Clásicos de los 80's en inglés, el ruido de mis pensamientos en español y el lenguaje del mundo, siempre incomprensible. La burbuja cerrada de mis ansiedades refleja la luz de los otros automóviles. Soy una sombra que se fuga por la orilla extrema de un mercurio o de un foco, me digo, como si fuera posible exorcizar la catástrofe que se aproxima. "Está a punto de suceder", me dice algún monstruo desde el oscuro asiento de atrás. "Ya lo sé. No necesito verdades obvias, sino hechos reales". El monstruo calla. Es una pura ficción, me digo. Cuando vuelva a mi casa, me quitaré todas las frases y dejaré mi palabra desnuda, palpitante, lejana y solitaria. La querré por última vez, antes de realizar los conjuros necesarios para inmolar los hijos odiosos de las dulces promesas.

Casual en la noche

Son las 10 y media de la noche. Un día extenuante y unas invaluables alegrías. Estoy en la barra de un bar restaurante porque los platillos típicos me dan una seguridad de hogar que no puedo encontrar en mi aparta. Hoy dejé descansando las metáforas y esa estúpida voz poética que busco en las palabras complicadas. Me falta terminar una cerveza y pedí arroz con leche porque la comida típica, la comida típica me da una seguridad de hogar que no puedo encontrar en mi aparta; ese espacio al que, hace poco, entré por su puerta y era un espacio desprovisto de vos y no lo pude resistir. Por eso salí y me senté en una barra que está igual de desolada. Recorrí varias veces ese menú de platos típicos porque tuve un recuerdo, un pequeño recuerdo de esa seguridad de hogar que no puedo encontrar en mi aparta. Comí, pasó una bandada de remordimientos por mi espina dorsal y me atreví a poner un tímido mensaje que pestañea en la pantalla. Ante el último trago de cerveza, supe que era tiempo de volver

Batería vieja

Hoy el corazón es una batería vieja cuyo ácido se ha filtrado a través de las comisuras del metal. El líquido corrosivo se ha diseminado por mis arterias, por mis venas, ha alcanzado algunos órganos esenciales y me ha sacado una lágrima herrumbrada por mi ojo derecho. Quisiera decir que queda algo de sangre caliente en este cuerpo que da vueltas obsesivas alrededor del amor como si fuera un carro de juguete, un planeta o un filósofo. Quisiera decir que existe algún botadero para estos corazones viejos. Tildarlos de desechables o llamar a alguna oficina que pudiera responder por ellos. Pero no. Quisiera sí, quisiera que uno o dos tornillos se hubieran aflojado en mi espalda y que todo el peso de esos años manchados por el recuerdo se cayera, de repente, para dar paso a otra cosa; un ser alado o qué sé yo cómo es el después.

(Hamlet)

Caminé por la plaza vacía. El reloj se resistía a dar su hora y yo... yo me resistía a volver. El frío era despreciable y la brisa podría haberme doblegado alguna otra noche, pero no ésta. ¿Dónde estás? Los irregulares adoquines de piedra creaban extrañas formas geométricas y seguir su curso me llevaba al par de hombres que vigilaban en silencio mi continuo deambular por ese espacio tan conocido pero que, en la confusa luz de la medianoche, parecía guardar una extraña similitud con un sueño angustioso. Lamentaba la ausencia de Horacio, el cual, en un arranque de dignidad e independencia, se negó a acompañarme otra vez en mi obsesión. El día de ayer sentí con claridad que todos me creen loco y que ese par de hombres que asisten a este espectáculo que soy yo en esta plaza con este reloj que dio su medianoche esperan un momento oportuno para matarme. Por orden de mi tío, me gustaría decir. Pero no, me matarían solamente por el feroz insomnio al que los someto día con día en esta plaza lle