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Mostrando entradas de marzo, 2016

Hermano

Una delicada brisa entre copas de árboles, horas que se mecen y un almuerzo liviano. Sábado de una discreta felicidad. Poco a poco el adentro comienza un proceso (largo creo yo) de reconstrucción. Mientras una mosca zumba en la habitación y mi perro apoya la cabeza sobre mi pecho, es difícil no preguntarme sobre qué zumba una mosca en Oriente Medio. ¿Alguien estará en alguna habitación que no me imagino pensando en cómo será la vida en Centroamérica? ¿Tomará una siesta? ¿Se imaginará un mundo utópico? Ahora que la utopía es la verdadera resistencia y ser inofensivo es la única revolución. Si es así, hermano, que la vida dirija nuestros esfuerzos por ese camino que se hace para el pueblo del mañana, en diáspora por el mundo entero.

Niebla y domingo de ramos

Las horas de un domingo de ramos, de noche. He visto unos ojos asomados a ese precipicio del misterio. Tendrían que ser amantes del peligro para tomar ese viaje sin retorno que es el salto. Si lo sabré yo. Pero mientras tomaban todas las riendas con una mano, soltaban todas las fantasías de mi cabeza. Los ojos y su mirada: "Manéjese son cuidado". Así termina uno con un manojo de pensamientos infundados entre las manos y con ganas de hacer apuestas... y con ganas de perderlas para apostar otra vez. Ahora que ya es de noche, ahora que ha pasado la calcinación del sol de este día, ahora que los creyentes han recibido con palmas al salvador; me muero por probar la arrolladora pasión de quien tiende sus ropas en la calle para aquel que es la manifestación del Gran Amor. Comprobar que la entrega no es sumisión porque quien recibe ya ha entregado su propia vida desde el principio. Supongo que para esto me sirve la religión: para pensarme ese lugar pequeño del amor romántico. Al marg

No es que...

No es que uno quiera recorrer los mismos senderos de siempre, no es una cosa del querer, ¿sabe? No es que uno quiera mecerse compulsivamente en la misma vieja mecedora del amor. No es eso. No es tampoco que uno quiera que la vida sea la misma pared endurecida o la montaña siempre lejana. O el silencio. Uno pasa las horas con la vergüenza de tener los ojos atravesados por espinas y las manos mutiladas por algún diablo peregrino. Luego uno es arrestado por la nostalgia y las horas huyen oscuras por el hueco de un sucio lavamanos. Y se te pide que des explicaciones, que digás la causa primera, que mostrés el lugar de origen. Pero no es posible. Alguna onda desubicada, algún proyecto desconocido, algún juego sin reglas. Y silencio. No es que uno quiera jugar de enigmático o acaparar una o dos lagrimas ajenas. No es que uno quiera hacerse pasar por la misma muerte. No es que uno no quiera hablar de esto. No es que quiera nombrarlo. Es que el silencio.