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Mostrando entradas de agosto, 2015

Domingo y una lavadora

Ya se ha instalado cómodamente el domingo en su madriguera de horas. La noche se ha ido harta de un descanso que nunca llegó. Así que me levanté casi petrificado sorbiendo con desesperación el frío de la mañana solamente para pensar este día. Mientras, la lavadora comenzó a dar sus vueltas compulsivas y yo me refugio en mi madriguera de palabras. La danza teje los minutos de este domingo tan domingo. Es tiempo de meter un par de asuntos en mi cabeza y darles vueltas compulsivamente para ver si todo se hace más claro.

Tarde de la tarde inconclusa

Tarde de la tarde que siempre se duerme cuando debería estar despierta. De la que empieza por una pista y se queda suspendida en un abismo. De la que busca las alegrías en las ramas más altas de un roble viejo. Tarde de la tarde que presiente la noche y alarga sus minutos sin sentido para llenarse de promesas... tardías sí. Esa que se hace esperar, en la que todo es un después, la que pone todas las ansias en una hora escapada del día y se resuelve modestamente con un café y una nota en el blog. Luego, entra uno en el atardecer, ese túnel multicolor que desemboca en la lista de despedidas para lo que fue el día.

Viernes de noche y lucha de perros

Detención de los segundos. Los perros ensayan guerras mundiales en las estancias del apartamento. La cama bien podría ser la sede de las Naciones Unidas o algún vértice conflictivo bastante actual. Imaginen las sábanas cómo están. Siento el llamado cálido de la oscuridad, de la calle y sus luces mortecinas. Pero este viernes está detenido y espero pacientemente la paz mundial que pronto se firmará apenas los perros tengan ganas de dormir y se entreguen a sus sueños. Al fin y al cabo, de los sueños se nutre el mercado. He esperado ansiosamente que llegue esta noche de viernes toda la semana y ahora que está aquí, depositada pesadamente sobre mi consciencia, mi vista no puede despegarse de las paredes tan blancas que me circundan. Los perros inician otra lucha insulsa alrededor de un hueso ya viejo. Tendrán insomnio me imagino. Como yo, me digo. Sé que tengo que acercarme furtivamente al reloj de la noche y darle un empujón que ponga a rodar este viernes por todas las notas de un pentagr

La quietud

Detención. Avalancha de tiempo congelada. Ningún segundo colado por su esquina. Sosiego en el pensamiento. No hay disturbios. Pura gravedad y la inercia del sueño. Presencia y espera. Basta, seguramente, un parpadeo para que todo se precipite en lo que será el día de hoy.

Menta

El día es un manojo de hojas verdes de menta. Puedo respirar como si se hincharan los segundos con tiempo extra. Ha llovido y todo parece más vivo y la gente más amable y yo más hablador y más agradecido. Al doblar la esquina de este ahora vendrán las preocupaciones típicas de un miércoles, pero tal vez más frescas..., menos atravesadas en la garganta.

Antes de que amanezca

El sutil rubor del horizonte o el peso de los músculos que, a duras penas, ponen a andar los huesos. Elevo una plegaria y espero que las horas que nos van cayendo del firmamento lleven en sus entrañas sorpresas o tiernas alegrías. Que el día sea distinto!! Aunque la progresión de la luz parece la misma, aunque los mismos pájaros y los mismos primeros carros en la carretera. Pero yo, siento otra luz. De pronto, el cuerpo pesa menos y el cielo ya es azul y el tiempo me espera en la esquina para hacerme promesas en las que voy a creer. 

Los perros

El valor que mis perros le dan al mundo no coincide con el mío. El mundo, para ellos es una gran fruta, una aventura o una cacería continua. Yo veo infecciones, problemas intestinales y accidentes automovilísticos. Fuera de esa pérdida futura que es la muerte. Esa sombra en la esquina del ahora. Ellos se revuelcan en lugares insospechados donde parece que no hay nada o un cadáver seco de serpiente. Yo me revuelco en mil predicciones para el mañana y en otra vida que podría ser. Lo peor de todo, es encontrarme a mí mismo royendo el duro hueso de cómo viven mis perros y, la verdad, soy yo el que quisiera que el mundo fuera una gran fruta para comer.

Medidas

Lo más difícil es una vida de la talla de uno. Uno insiste, a veces, en usar una vida que ya no le queda. Esto no es tan catastrófico, ya que es fácil sentir la incomodidad; generalmente, cuando uno se da vuelta en las noches. Uno piensa, una y otra vez, en esas horas de la madrugada: "Creo que me voy a asfixiar", "La burbuja en la que vivo es tan pequeña". Pero la idea trágica de la vida comienza con una de esas vidas un poco anchas, un poco largas, con las que pensaste que podías ocultar esa terrible flacura o esa incontenible gordura que sentís que captura las miradas de aquellos que saben vivir de verdad. Te decís: "Ya no se ven mis hombros tan estrechos", "Se ven más pequeñas mis caderas"; y tenés un momento de alivio. Sin embargo, la vida comienza a sobrar por todos lados. Y no importan todos los esfuerzos que hacés para adecuar la imagen de ti mismo con tanto éxito que debería venir, siempre hay una sustancial frustración que te hunde en l

La lluvia

La lluvia de esta tarde es suave. Gotas hipnóticas que golpean techos y asfalto para deslizarse en la melancolía. Llueve y viene a mi memoria un jueves de junio. Hace más de quince años. Un amor amor que ya no duele. Así la lluvia se detenga o continúe, la válvula del pasado se abrió tímidamente. Gota a gota me vierte en el pensamiento discontinuos instantes que hace tiempo no contemplaba. Por aquello de la tristeza. Es un alivio, en este día que ya es de noche, descubrir esta curiosa reconciliación con aquellos años.

Junto a...

De repente ha llegado. Esta ausencia no fue para siempre. Creo en las espirales de la vida y en esa tan extraña forma de hacer música con el caos. Ha llegado y una lluvia de entendimientos. Ya lo amargo se hace suave para la memoria y el vestíbulo de los años no es tan estrecho. Y el futuro... es sólo una fantasmagoría.

Ausencia

Un día algo no está más. O alguien. Un peso inesperado en el pecho y el testimonio de este universo que confiesa su disimulada fragilidad. Luego, te imaginás que sos vos el que no está y que la propia ausencia se dejó vencer por el aire circundante, por el tiempo que siempre es avalancha, por el olvido que es eficiente e inexorable. Entonces, comenzás a dejar que la imaginación haga estragos y las ausencias se multiplican como si fueras despoblando la realidad de todas sus criaturas. Queda, al final, una nada; que uno se la imagina de blanco... o de negro. Pero de la cual es imposible sacar la propia mirada. Uno piensa que desaparecer, que irse de este mundo, no tiene que ver con la materia que se descompone o los 21 gramos; en vez de eso, es la mirada que se apaga y no puede asistir más al espectáculo incansable que tejen los nacimientos.

De viernes y otras criaturas del tiempo

El viernes es muy codiciado por sus promesas henchidas por el fin de semana. Criatura esquiva y desconfiada, se agazapa detrás de todos los deberes que son pospuestos hasta la otra semana si me acuerdo. En la aridez endémica de nuestros tiempos, su cuerpo con una cola larga y divertida nos hace olvidar que las semanas nos devoran poco a poco ante nuestra obstinada alienación. Por lo general, las giras turísticas se concentran en la búsqueda del común viernes y se olvidan negligentemente del domingo. Bicho rastrero que se camufla en nuestro camino para inyectarnos el veneno del lunes que está por llegar. 

B.

Hoy se deshace una huella en el pavimento. Las sucias calles del ayer sin nombre. Es el tiempo sin espinas el que uno se traga entero por el hambre. Todo a cambio del minuto perfecto. Sigo una ruta automáticamente. Fuerza para resistir no tengo. El tránsito de este nuevo siglo. Es por el desgaste de este cuerpo. Todo a cambio del minuto perfecto. Y crecen larvas en los dinteles. Y puedo escuchar las secretas voces de un deseo de catástrofes. De una caridad por la que espero. Todo a cambio del minuto perfecto. Invento fantasías seudomasoquistas y busco la palabra divina por si creer es algo que se olvida. Vuelvo a mi casa urbano y ebrio. Todo a cambio del minuto perfecto.

Intermedio

Dejo una pausa en la automática marcha de mi cuerpo por el día. Recuerdo: hay un afuera. ¿Dónde estoy? Evidentemente, en este preciso momento, sufro una muerte por sofocación. Es una muerte que puede durar veinte o treinta años, depende de cuánto oxígeno me quede en el espíritu...; de cuánto oxígeno nos quede. Todavía el cielo es azul y las personas se visten de amarillo. Desde aquí, escucho el sonido característico de aquellos que construyen los huevitos en los que viviremos mañana. Es indispensable ser feliz con los ocho metros cúbicos de atmósfera que le corresponden a uno y dar gracias por la inercia. Pero uno tiene la terquedad del desesperado e insiste en preguntar. Las preguntas no se le dan bien al mercado, eso ya se sabe. Ni se le dan bien a quienes retóricamente preguntan desde sus puestos intocables. Se me acaba la pausa. El momento vivo de este día con el cielo tan azul y un afuera pleno de aire.

Domingo

Un pequeño y profano bautismo de sol. Un agradecimiento ante la inesperada visita de la alegría. Y dejar correr el tiempo que imagino de forma alocada hasta que se detenga en una pequeña casa en la montaña, ya encanecidos los huesos, ya secas las canas y pacificados todos los sueños.