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Lenguaje

Iba a escribir sobre la virtualidad del lenguaje. Inescapable. Imaginé que despertaba en un cuarto inundado por las palabras de otros que yo mismo he acumulado, primero por todas las esquinas, luego por cualquier parte, porque no podía transitar los ahoras sin esos puentes extraños. Me siento, me dije, contaminado, arrastrado, perdido y hallado en la edificación y la demolición de los discursos. Iba a escribir que era imposible no pisar las líneas o ganarle al soplo de la historia, sin embargo, ya he escrito. Tuve miedo al vacío. Al silencio sin negocios. Al borrado de mi rostro en los reflejos. Supongo que me entendés, porque, ¿qué somos si no tenues virtualidades que penden de la rama de un verbo?

No es cierto

No es cierto que hayan filas de deseos que esperan este minuto que está a punto de ocurrir. No es cierto que me haya rendido tampoco. No es cierto que este cuerpo y sus circunstancias se hayan vendido porque necesitaban vivir; no es cierto. Tal vez haya sido un poco cierto, quién sabe, que haya dejado caer cien promesas por la ventana del enésimo piso de un rascacielos. No hay rascacielos en San José y no he viajado tanto la verdad. No es cierto que el aire que inunda mis pulmones se haya vuelto más denso, ni que los años inequívocamente me hayan convertido en "señor". Un poco de cierto puede haber en que me ha costado borrar algunas imágenes recurrentes del año 1999. Me digo a mí mismo que si no, no sería yo. Pero la pura verdad es que nada es tan imborrable, ni siquiera el silencio de ciertas horas de la madrugada. No es cierto que tenga fantásticas expectativas de cada día que empieza, como si todo lo hiciera el destino; ya quisiera yo. Lo cierto es que me cuesta creer que

Saltar!

Es domingo por la noche. Extraño día. Todo transita con su acostumbrada lentitud. Recuerdo cuando me tiré en bungee. Tuvieron que contarme tres veces y luego me dijeron que me tirara cuando quisiera. Ese miedo de muerte. El antes de... Luego no sentí nada que pueda poner en palabras. Pude haberme reventado contra la piedra más grande del río y no lo hubiera sabido. Todo antes del latigazo. Todo antes del "sobreviví". Siento otra vez el golpe de la ansiedad. Un vacío y un muro hecho de verde y cielo frente a mí. Quiero saltar aunque el miedo se abrace a mis rodillas. Quiero saltar. No puedo devolverme y no puedo quedarme por siempre escuchando la cuenta regresiva del tiempo. Quiero saltar hacia esa otra vida que se esconde en los pliegues, en las menudas existencias, en el sueño de otras dimensiones. 

Equívoco

Es posible que haya equiparado un tropiezo con un origen. Es posible. Es posible que haya tenido una serie de equivocaciones desde entonces. La bola de nieve, según Bergson. Algo para reír. Es posible que haya cambiado de lugar algunas cosas y que, cada mañana, la angustia aflora como aquel cuento de Cortázar en la que un cronopio se descubre imaginando todos los equívocos de su propio espacio familiar. Quién sabe. También es posible, no lo niego, que haya cambiado de vida con alguien más, en algún tiempo que no atrapa la memoria, por razones inimaginables, con la esperanza de un resultado lleno de la hermosa diferencia. Y heme aquí, pensando que los días de esta vida se repiten sin cesar cuando el tema es esta vida irrepetible y sus esquinas. Me hace falta mucha imaginación para pensar lo real.

Fin de semana hecho jirones

Un fin de semana hecho jirones. Crazy, la película, me devolvió el abrazo de mi padre en las frías mañanas de domingo. Antes del baño, antes de la misa, antes del partido, antes del extraño abismo de nuestros desencuentros. Volví a sentir ese fuerte y claro amor de niño y me di cuenta que en tantos años, a pesar de distancias y enredos de aceras, no he dejado de ser amado. Tuve que llorar porque no tuve remedio, porque a uno le sucede el padre y después se lo encuentra uno niño en el espejo. Pero Buika me trajo recuerdos de vidas que no viví y de la desesperación que el amor trajo alguna vez en las suelas de sus zapatos tenis. Queda uno, y una porque somos dobles siempre, desgarrado entre los sentimientos que no puedo hablar y el silencio de este domingo con el lejano runrún de electrodomésticos. Y bueno, dejando a un lado la nostalgia, los remordimientos y resentimientos, sentí, que podía volver a pisar las losas inciertas del amor.

Otra vez

Otra vez. Mi mano ya no es mi mano sino la larga carretera de un camionero. Su medianoche. Su Cerro de la Muerte y los dos mares presentidos más allá de la niebla. Mi cuerpo vuelve a ser un extraño que abre y cierra puertas dominado por fantasmas que caminaban los largos pasillos de una infancia en penumbras. De pronto, me encuentro dominado por un placer total pero fugaz mientras los vecinos van apagando las luces de su vigilia y buscan, desprevenidos, el sueño. Un gato maúlla y los perros saltan encima de mi cuerpo sin saber exactamente que bien podrían despedazar al infeliz por una trampa inocente del tiempo. Luego, sigue siendo extraño el hombre que me llama en esos pasillos de librería y me pregunta quién tuvo la culpa. También la mano demasiado grande del mesero de una cafetería que insistió en quedarse más de la cuenta escribiendo una orden que no estaba en el menú. No hay suficiente espacio para amar, para una caricia desinteresada o un éxtasis sin miedos. En este mi espacio bl

Años

Los años son criaturas depredadoras. Los vivís con el espejismo de un para siempre. Una vez que, con su insidiosa insistencia de 365 días, los considerás vividos, se te alojan en lo más profundo de la psique y en lo más profundo de las células y comienzan a roer tus ínfulas de eternidad. Por eso hay que distraerlos, darles un buen pedazo de este cuerpo cuerpo y proteger aquella íntima libertad que se nos concede después de la muerte.

En un bar tomaba una cerveza

El bar transpiraba como la misma botella de cerveza que estaba lánguida y solitaria en medio de la pequeña mesa. No sabía qué pedirle al mundo y no quería irme. Quería reescribirlo todo otra vez la verdad. Quería pedir (a quién) que me dejara encontrarme de nuevo en el abismo de un otro. Unas pocas parejas se miraban en la penumbra. Quería que fuera ese día en el que todo cambia, el punto de giro tan ansiado; pero no. Me bebí la noche con resignación. Y te recordé..., vos sabés quién sos. Porque tengo que volver a tu miedo, a tu fragilidad y a tu pose de hombre para olvidar que viene otro día más que me separa de lo poco de verdad que pudo haber habido en aquellos años que nos conocimos. Por lo menos tres o cuatro veces al día pienso en la cantidad de años que me pueden faltar por vivir. En las luchas que faltan, en las comidas que tendré que hacer para mantener vivo este cuerpo y los salarios que me depositarán para que los días funcionen para el ojo ese del afuera. Es demasiado si es

Vivo

No estoy seguro qué huella escribir en este espacio y, sin embargo, ya está hecha. Mientras me decido qué experiencias voy a capturar con el ansia de los años ya idos, veo que ya están sucediendo de todas maneras. Vivo, con la simpleza que tiene la luz o los oscuros rincones de mi pensamiento. Imagino grandes descubrimientos, emocionantes riesgos o enamoramientos trascendentales..., entonces, el geranio abre otra flor y el día ya se fue.

Invitación

Alguna música Alguna lluvia  y un perro dormido. Quise hacer la invitación imposible. De verdad que sí. Sombras, una luz difusa. Demasiado amarilla. ¿Por qué no venís a esta cama breve y te duermes desnudo mientras una luna enorme trepa por las estrellas incandescentes? Tal vez podás soñar un futuro mejor que este que he estado imaginando y que está ahora venido a menos. Tal vez podás quedarte y dar una vuelta por las largas horas de la madrugada y ser la blanca camiseta que ciñe mi torso o la oscura intimidad de mi adentro.

Fobias

Desde este espacio claustrofóbico, perfecto para pensar las fobias. Amenazas de lluvia y un ligero bochorno. Fobia a carecer de una identidad, que el rostro en el espejo sea un cuadro de Magritte. Fobia al silencio, que de repente se acaben de una sola vez todas las canciones. Una horrible: a ser el pobre ingenuo de la historia, aquel de quién contarán los chistes en las reuniones de amigos. Fobia a luchar por causas perdidas y peor aún, luchar por causas injustas sin saberlo. También a que la historia posponga indefinidamente el juicio de esta humanidad llena de fobias. A que la tristeza sea crónica y que escriba yo por siempre la crónica de mis tristezas. A que el amor pase sin decirme cómo encontrarlo, si va a volver, si tengo suficiente corazón para amarlo. La maldita fobia que tengo a la oscura lucha por la supervivencia. Perder la cordura por no saber. Perder la iluminación porque no logro no saber. Es así como me quedo encajonado al mediodía de un viernes que ya se volvió comple

Corte de los milagros

He tomado algunas personas del pasado y he formado, sólo por puro entretenimiento o por esa extraña costumbre que tengo de encontrar relaciones imposibles entre las cosas, el friso de la corte de los milagros versión personal. Figuran el niño que destruyó mi Concorde  de juguete cuando tenía cuatro años y que sirvió a mi madre para justificar lo destructivo que son los amigos. El otro niño, casi un gigante, que casi me asfixia en primer grado y que me mostró lo peligroso que pueden ser los enemigos. Yo que en cuarto grado le puse en la silla vidrios al embrión de psicópata para desquitarme el que me haya presentado con la muerte. Aquella compañera que se casó conmigo por puro juego en la escuela y cuyo resultado fue la vergüenza y las burlas de los demás hasta que nos graduamos de sexto. La monja que en un partido de voleyball se le cayó el velo y fue más escandaloso que verle los calzones. Están ahí los niños y las niñas que gustaban de profanar con sus besos afrancesados la gruta de

Un llamado

Hoy te estoy llamando para que te presentés, para que se anuden las circunstancias y por fin estés aquí soñando en esta cama, andando descalzo los pisos de mi vida. 

Viernes y música

Se hizo de noche completamente y una suave música puebla los segundos que como trenes pasan cargando algunos recuerdos e inseguras premoniciones. Hoy el pasado está inundado, echado a perder. Basta que uno tenga un par de lágrimas y suceden estos contratiempos. Estoy sentado frente a la pantalla brillante de la computadora y me confieso a medias porque soy pésimo para los fanatismos y los azotes. Quisiera poner un poco de tristeza por aquí y un poco de nostalgia por allá como quien embellece un centro de mesa porque no sé si estoy triste realmente o simplemente no lo puedo expresar con la sencillez que debería dictar la honestidad. Tal parece que siempre miento un poquito. Supongo que todas las máscaras me acusan. Las mentiras terminan convirtiéndose en un laberinto lleno de trampas, sin embargo, ¿no son los laberintos la trampa mayor que encierra algo maravilloso? Es tan fácil perderse en el pensamiento y en las visiones de un yo que busca la redención. Mis perros corren y se revuelca

Migaja

La vida es una migaja de ojos y sonrisa, ¿quién lo hubiera pensado? Es una luz secreta en ese espacio blanco de los encuentros. Y la palabra siempre es otra cosa. Es sostener ese puente invisible, que no se desplome encima del caudal de los deseos, que siga disponible para saber si alguien se anima a cruzar hacia ese otro lado hecho de reflejos. Es por eso, creo, que la gente dice: "me siento viv@". Y tienen toda la razón. Lleno de miedo y henchido de un amor que no pude poner en ninguna parte tal parece que llevo las de perder. Y la vida... Bueno, ya sabés, es una migaja para este perro hambriento que espera bajo la mesa.

Mañana de viernes

El suave frío de esta mañana de viernes. Después del feriado, parece que nadie se decide a comenzar con las carreras de siempre. Breve time out. Sólo las aves cantan el círculo de la existencia. Casi inquebrantable. Yo mismo doy vueltas compulsivas por el pasado y repaso con dedos temblorosos los amores que no fueron. Por lo menos hay sol, me digo, aunque todavía no siento su calor. Quisiera sustituir tantos miedos por alguna premonición, pero el futuro, como lo saben todas las sibilas, es una trampa para ingenuos. Es ahora, justo ahora, que se acaba esta pequeña disgresión y voy a entrar de lleno en la corriente ineludible del día.

Urgencia

Dejo cabos sueltos, retazos, hilos colgando, pendientes, acciones interrumpidas, muchos para después porque viene la avalancha del mañana. Maquillo de orden la angustia. Corro, corto y corro lejos de la puerta, hacia la calle, por la acera, rumbo a la parada del bus. Dejo volar tres pensamientos sobre el más tarde como si no fuera suficiente ya tener esta urgencia en el adentro. Subo la escalera de las horas como si el cielo pudiera acercarse a la tierra y si me detengo es porque me detienen otros más apurados que yo. Estoy lleno de cicatrices; la navaja del ahora es afilada y, a veces, uno pierde el equilibrio. Me digo cuando llegue, cuando llegue... Pero la verdad es que si uno llega, si alguien llega, no sabrá qué hacer con el sentido. Esa escurridiza criatura que nos muerde el deseo. Hoy cuando amaneció imaginé la noche como un segundo pequeño dormido en su propia eternidad. Inmune al urgente querer del deseo, a la coherencia siempre lejana del sentido. 

Paredes

Imagen
En la sucesión de las paredes que he visto alguna vez, destacan la pared de madera de mi cuarto de niño que colindaba con el comedor de esa vieja casa de mis padres; y la pared llena de retratos de desconocidos que vi en un sueño. De noche, cuando estaba acostado en mi cama pero la luz del comedor seguía encendida porque mi madre se quedaba hablando con algún invitado o le daba de comer a mi padre que llegaba con unos tragos de más, podía ver hebras de luz que se colaban a través de las rendijas de la madera. Los murmullos de los adultos se volvían una tranquilizadora canción de cuna para aquel niño que temía la oscuridad. La vida, todavía, parece ser la espera del sueño mientras busca uno esas imposibles trazas de luz entre los acontecimientos. Imposible captar algo inteligible entre los murmullos lejanos de las almas. Siempre se pregunta uno, antes de dormir, qué es el tiempo. Uno posa la cabeza en la almohada y ocho horas se convierten en un segundo. Efectivamente, es una caída en e

Pequeño sentimiento

Este sentimiento pequeño de hoy. Es como una mascota pequeña que hubiera encontrado a la sombra de mi puerta. Con sus ojos alargados y mirada cristalina como la de alguien que ha sido echado de casa más de una vez. Más dispuesto a morder que a suplicar. Luego lo siento en mi espíritu y quiero evitar, por cualquier medio, que se vaya o que se pierda o que haya querido la calle más que el dudoso encanto de mi pecho. Sentir lo que siento y sacar la vieja alegría de su rincón. Luego se pueden caer todos los cuadros, perfecto. Ya era hora de empezar a pintar con mi propia mano las estancias de este herrumbrado corazón. 

De la esquina y el acontecimiento

La extraña esquina del ahora. Espacio temporal. Visión insuficiente. Cuando hablamos de un acontecimiento, lo pensamos como algo desarticulado, huido de esa sucesión que es existir. Tal vez porque precisamente así nos sucede la muerte, la iluminación o el amor, que ya sabemos que es morir aunque sea un poco. Pero un acontecimiento es nudo, articulación, vinculación, en la insondable experiencia del ser humano. Entonces al vivir, vivimos el tiempo entero de una vez aunque esta limitada consciencia no lo reconozca. Luego, la extraña esquina del ahora es una grieta entre los párpados. Así de insoportable es la luz.

Debajo de la mesa

Debajo de la mesa, las manos sobre la cabeza, los ojos cerrados, apretados, el pecho forzado hacia las rodillas, las rodillas empujan el duro suelo de cemento; los oídos reventados, acidez, la nariz no cesa de reconocer los inconfundibles olores; mucho polvo, sonidos, sonidos y sonidos, creo que es la cabeza; corazón y corazón que pone en marcha el tiempo; la espera del dolor sin tregua, la tregua que da un leve recuerdo, un pendiente irrelevante, como quien saca al pensamiento por la ventana más alta y le pide que no vuelva. Debajo de la mesa, las manos sobre la cabeza..., la vida haciendo equilibrio sobre cada segundo a punto de desaparecer...

Tiempo detenido

Contrario a lo que pensamos, el tiempo se detiene, a veces. Como esta mañana. Las mismas personas salen de sus casas hacia sus trabajos. El mismo runrún de los portones eléctricos abriéndose pesadamente y cerrándose pesadamente mientras guardan esas casas oscuras y vacías  a la luz de esta mañana en la que, como dije, el tiempo se detiene; por momentos. Mi vecino de arriba baja con los pies cementados la escalera y limpia diligentemente el rocío de la noche que se ha condensando en las superficies de su automóvil. Ese, el de la alarma de reversa. Mi vecina de más allá, hace esfuerzos desesperados por no caer mientras su pequeño perro la arrastra hacia la calle como si fuera un viejo carruaje que huyera de algún peligro que lo acecha. El parqueo del condominio se va vaciando poco a poco. Las nubes van pasando como si fueran las mismas de ayer. Las calles se van colapsando de nuevo. El locutor dice: "Tenemos código rojo en la 27". Y así es como el tiempo se detiene. El filtro d

Terminal de buses

Día oscuro y un ligero malestar. Desde temprano, el pensamiento teje telarañas que atrapan distraídos deseos. Así como estoy, metido en una terminal de buses con sus sillas de espera y su televisor siempre en silencio, soy una partícula anónima de humanidad. Nuestras vidas sangran tiempo por todos los poros. Y no hay nada extraordinario en eso. Todas las tragedias se acompañan desde tiempos inmemoriales y todas las esperanzas se cumplen, aunque no con los mismos actores o las mismas circunstancias de quienes las imaginaron.  Es el sacrificio que ofrece cada cuerpo en este cerrado espacio de esta terminal de buses. Los mismos que van a ese valle del sur donde nací. 

Viejo oeste

Solo de armónica. Ahora que recuerdo las viejas novelas del oeste que leía en mi adolescencia. Vaqueros vagando en las grandes planicies de lugares desconocidos. Bajo el sol y ese horizonte inalcanzable. Bajo la luna y el aullido de algún lobo. Viajes que nunca acaban. Recompensas ansiadas que siempre terminan en el foso de algún amor o de alguna deuda que ya no retenía la memoria. Luego, siempre una lluvia de disparos seguida del silencio que cubre las grandes extensiones del oeste. Difusas imágenes que yo mismo me he inventado. Fotogramas de películas que vi. Solo de armónica y los pasos resuenan sobre la polvorienta calle principal de un pueblo abandonado. ¿Contra quién me enfrento? ¿No es siempre el gran antagonista el pasado? El viento apura las malezas por el paisaje desolado y me doy cuenta que esta tristeza es puro cliché. Pero, ¡qué mierda!, el cliché se siente tan bien. Solo de armónica. Un cadáver con los ojos desorbitados es un bulto oscuro ahora que la noche llegó. Pronto,

Extraño

No es por el tráfico, empujado por los latidos insistentes del deseo. Ni porque la espera en una parada de bus desolada me recuerde viejas películas del spaghetti western. Ni siquiera por ese caminante que veo a o lejos, inconfundible en esa camiseta tan blanca que parece un engaño. O porque la ciudad es un enorme hongo que carcome las montañas. Es por esta mirada rota, esta fisura en la palabra, es por esa misma imposibilidad de explicar lo imposible o porque existir acontece sin ningún permiso. Es por esto y no por otra cosa que el día de hoy es extraño como aquellos compañeros de colegio que insistían fervientemente en la destruccion masiva de aquello que había sido la infancia.

Ciudad

Vivir la ciudad. Mar de motores y pasos ansiosos. Tejido de esperanzas y amores furtivos. Nudo de historias y fantasmagorías. Trato de discurrir pacientemente por sus calles siempre estrechas y ese destino siempre postergado. Descubrir en la sucia esquina el empuje de raíces y promesas. Atravesar una mirada que me atraviesa. Pensar el amor como quien piensa agujas y exóticas tierras. Y creo que me quedo encerrado por ese horizonte abrasado de la hora pico y los bocinazos de la frustración. Y creo que vuelo como una bala perdida en medio de los sueños de la noche y creo en que puedo, sin tanta telenovela, herir un corazón. 

Flor marchita

La flor marchita deja caer uno a uno sus pétalos. Después de ganarle al verano, al cemento, a la indiferencia de las probabilidades. Uno a uno vuelven todos los deseos que se abrieron a la luz a la oscura morada de la desintegración. En el último momento, un recuerdo de galaxias que chocan y colapsan en algún tiempo que ya no es. Alguien dice algo sobre las dimensiones. Otro que la eternidad. Y la flor deja caer el último eslabón y deviene otra cosa que es puro misterio. 

Crisis

Dejar retazos del tiempo, como quien deja jirones de una piel ya gastada. Tomar un respiro justo antes de consumirme en el después y temer que el aire no sea suficiente para lo que resta de vida. Revisar las experiencias y llamar a todos los vendedores en el salón principal para decirles que nos ganó el mercado (como si el mercado necesitara correr). "Estamos en crisis, hermanos, estamos en crisis". Luego, abrirles las puertas y que se vayan como una bandada de mariposas contra el cielo demasiado azul de un día que ya no recuerdo. Ver los desolados espacios donde solíamos hacer planes inciertos. Todos inyectados con esa sustancia nociva que es la juventud. Ya no están. Como si fuera uno de esos lugares abandonados por el deseo de sus habitantes. Los minutos se acumulan en las esquinas extrañas del ahora. Las sombras de universos alternos dejan huellas sobre el piso ensombrecido. Como quien comienza otra tanda de alucinaciones, dejo a las horas descolgar su tiempo por las vena

Un día

Un día como cualquier otro la violencia irrumpe, desarticula relaciones, separa personas, abre abismos insondables de miedo, venganza y aniquilación. Un día como cualquier otro llegará también un amor ilimitado, que construye más allá del tiempo y el espacio. Porque así como no hace falta para la violencia más que una herida infecta en el espíritu, así también la consciencia entiende que el amor pleno es el destino de todo lo que palpita en este Universo y, en la oscuridad de los tiempos que vivimos, en esta misma esquina del ahora, de forma imperceptible, ese mismo amor comprende, abraza y sana. 

Cansancio

Estoy algo cansado hoy. De intentar leer en el enrejado de la realidad por qué estoy cansado.

Dos palabras

Hoy me di a la tarea de desvestir de espejismos un par de palabras traviesas. Quién lo hubiera pensado de ellas. Tan comunes, tan corrientes; como dicen. No es que uno se proponga pasarlas por alto o decirles "hoy sí", "mañana no". Pero la larga historia de cotidianos manoseos destruyen en uno la capacidad para el asombro. Es así que me di hoy a la tarea de escucharlas con cuidado, en la corriente invisible del sonido. Las escribí, las pinté, les hice una poesía a cada una y, finalmente, las dormí en medio de un silencio feliz. Sentí que había reparado alguna esquina agrietada de mí mismo. Y que una palabra era algo más que un nombre, que una orden o un desconsuelo. Era un espíritu, una aventura y un sueño compartido desde una memoria envuelta y misteriosa; como un regalo.

La carta

Había una vez una carta sin sentido. En el fondo de un buzón. De esas cartas que llegaron tarde, cuando ya todo el mundo revisaba sus buzones en el mundo virtual de la internet. Me gusta pensar que, en esa carta, alguien se despedía. Seguramente, a medida que el tiempo fue desgastando el buzón  y abriendo orificios por sus esquinas, la carta comenzó a desaparecer encima de la intensa humedad de este trópico. Las letras, cuidadosamente concebidas, se fueron diluyendo y colapsando junto con el papel que se convertía en una masa compacta contra el fondo metálico. Quiero pensar que, entonces, como quien hace un conjuro que no resulta, esa despedida nunca fue tal. Las palabras de adiós nunca fueron repensadas por ningún destinatario, nunca hubo una herida ni lágrimas. Gracias a los inviernos que vinieron con los años, aquello que unía dos vidas nunca fue disuelto o arrancado. Más bien, imagino dos manos que se buscan sobre la mesa de un café y que no logran recordar qué decía una carta que

Escribir

Escribo porque sí, porque es inevitable. Porque la vida es una pompa de jabón y una montaña. Porque no puedo detener las horas que me atraviesan con dardos envenenados de vida. Porque los pensamientos se empujan entre las hojas frescas de un limonero que mi memoria prefiere no olvidar. Porque un beso se vistió de bala y una lágrima quiso ser felicidad. Porque me sentí alguna vez pequeño, tan pequeño, que podía atravesar sin problemas la cerradura del sueño y volar hasta que se acabara la noche. Y entonces, escribí. Lleno el pecho de insectos que zumbaban y la cabeza de aves migrantes que quisieron probar las nubes de algodón, como me decía mi madre cuando ni siquiera sabía que podía ser alguna cosa, un humano o un extranjero. Ya no puedo, si quisiera, dejarlo. Incluso si nadie lee estas líneas, o estas líneas no sirvieran para nada. Ya no puedo dejar esta pequeña comarca y sus esquinas del ahora que me ofrecen, no sin cierta malicia, un horizonte ardiente que siempre está próximo y lej

Deriva

La vida, a veces, me recuerda una vieja clase de Estudios Sociales. En ese lejano Liceo Unesco y sus aulas en serie. Un libro de texto, un par de páginas sobre la deriva continental. Trataba de imaginar las grandes placas desplazándose ese par de centímetros por año antes de cambiar de página y ver en el mapa lo que fueron los continentes alguna vez. Luego, te hacés la pregunta: ¿y antes? ¿Antes de los continentes? ¿Antes del océano? Así es esta tarde de mayo: la vida parece desplazarse lentamente como parte de una deriva personal, un par de centímetros cada año con alguno que otro terremoto memorable que no cambia nada. Me pregunto el origen de este fenómeno, mientras las moscas se pasean nerviosas de una ventana a otra, y sé que no sé qué había antes de este cuerpo, de este océano que es mi adentro. Los recuerdos milenarios dejan fósiles que no logro reconocer, pero que clasifico con cuidado; por aquello de que siempre hay algo que decir en torno a cómo se ha vivido. Después, puede s

¿Quién?

¿Quién puede imaginar otro mundo? Imaginar el mundo del mañana, es decir, otro mundo. Un mundo que pueda tomar sobre sus hombros nuestra ignorancia e inconsciencia y convertirlos en luz, vida y comprensión. ¿Quién visita las oscuras lágrimas de los refugiados, desterrados, marginados, humillados, enfermos y tristes? ¿Quién le cuenta a los seres humanos comunes que los relojes se detendrán un día cuando no quede nadie para pedirles la urgencia del futuro? ¿Quién les dirá, además, que es una pesadilla que se aproxima por la esquina inescrutable del ahora? Me siento en el piso de mi apartamento y realmente estoy desvinculado de cualquier sueño que sea para todos. Y cuando digo todos digo todo el planeta. Al revisar la inmensidad de la vida, lo ilimitado de las fuerzas que gobiernan el universo, intuyo el efecto rebote de nuestras acciones. No temo lo que nos puede suceder. Temo que nada pueda detenernos porque no sabemos detenernos. El adicto es una aguda metáfora para la humanidad, cuya

Calor y atardecer

Una tarde sin arena. Tiempo sin liquidez según los últimos reportes de algún anónimo. Pasó, por el momento, el tiempo de las tormentas. Una lagartija ermitaña está quieta a la sombra. Sudor y sed. Blanco y negro. El sueño de las paredes puede conocer un largo despertar. Quién lo sabe. A veces, una brisa improvisada empuja una hora entera dentro del atardecer y ya no sé nada sino el fuego y el crepitar de las fantasías. El sol es una bolsa de té amargo que se hunde en un mar de líquido amniótico. Y allí dentro espera... Espera... El tenue palpitar de un corazón pequeño. El movimiento de una pequeña mano. El empuje todavía dudoso de una nueva vida.

Una alegría pequeña

De noche, la luz de una sola estrella es suficiente. Uno puede confiar en la música oculta de las gravedades y las fusiones. Puede soñarlas antes incluso de cerrar los párpados. Rodeado por la oscuridad me pienso como una interioridad avasallante. Siento cómo palpitan mis emociones y hay un pequeño músculo involuntario que se oculta debajo de los pliegues que supongo es la esperanza. Ahora sí, me digo, ha llegado mi tiempo. Y siento una alegría pequeña e íntima. Como si ya hubiera dado ese beso, como si ya hubiera conocido ese lugar inesperado o como si ya estuviera viejo y grave a la sombra del último higuerón. 

Los hilos de los recuerdos

Hoy es un día hecho con los hilos de los recuerdos. Nudos que el adentro goza sin descanso. De ahí que, a mi edad, vivamos gran parte de nuestro tiempo en distintas coordenadas condenadas de esas horas que ya se fueron. Así, camino por el centro comercial y me pregunto, ¿qué había antes aquí? Veo pasar un rostro vagamente familiar. ¿De dónde? ¿Cuándo? Antes mis pasos no sonaban así en los suelos de esta ciudad corrugada. Miraba, ¿no es cierto?, distinto. No quisiera que sobre mis ojos se posara el velo lechoso de los años. No quiero permitir que un "antes" me impida ver lo que está sucediendo ahora. Porque si no, comenzaré a vivir en otro mundo y, tarde o temprano, impactaré contra el ahora como un distraído meteorito. Curiosidad para una conversación de tarde lluviosa. Mientras, otros comienzan a hacer su tiempo con esos hilos brillantes que son parte de los recuerdos.

Un silencio

Por fin, un silencio. 

Ruta

Cambio continuo. Sin pausas. Sin verdaderos silencios. Especies milenarias se suceden unas a las otras. Mundos enteros colapsan y otros se levantan con la mirada limpia de la primera vez. Es así que se levanta uno, pequeño punto consciente, una mañana de abril. Como si hubiera dormido un siglo soñando pesadillas. He aquí que el mundo sigue su devenir, excepto yo, existencia en pliegue que se devuelve. Cuando llega el atardecer recuerdo la primera luz del día. Me doy cuenta entonces que la huella ha sido hecha y que la vida es la ruta imposible que sueña el amor.

Jugar el día, jugar con el día

El día ya casi lanza todas sus horas en el caleidoscopio del pasado. Yo, como suelo acostumbrar, he comenzado a pensarlas como si terminar un día se tratara de decir una oración por las horas ya desaparecidas y por las oportunidades que no regresarán. Para variar, hoy he jugado mi pequeña fortuna (hecha de latidos y aliento) en un juego único de dominó. Básicamente, emparejar los reveses de la suerte y gastar todas las piezas antes de que llegue la medianoche. No me fue tan mal. ¿Acaso no puse una mirada en unos ojos oscuros al mediodía? ¿No llevé al ciego Edipo hasta Panamá? ¿No fui por el milagro prohibido a una farmacia o dejé nadar mis pies en la sal de la redención? Aunque parece que perdí otra vez, he sentido que empiezo a entender de qué se trata el juego o, más bien, qué tipo de jugador soy. De esos que lo quieren todo perfecto y siente apego por sus piezas. En algunas cosas soy incorregible pero, en fin, puedo aprender a ocultar mejor esos fríos rectángulos y en jugarlos de in

Vida familiar

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Antes de dormir en un día de verano

Es esta quietud henchida de calor. Este pasar del tiempo sofocante. Mis perros escarban ya las imágenes de sus sueños. Hechas posiblemente de miedos, ya que huelen la incertidumbre que se deposita entre las horas. Yo me resisto a dormir. El día no ha terminado. No quiero darme cuenta que el amor se fue otra vez por el ducto de la cocina o que, otra vez, la voz de Dios es un murmullo ininteligible escondido entre lo evidente. Hoy debí besar suave y profundamente la boca herida de un viajero en el tiempo. Hacerle vaciar sus bolsillos y permitirle jugar con mis deducciones. Pero no, así que cierro esta sonrisa amarga como quien cierra la cremallera de un pantalón y busca un par de excusas para evadir esa pregunta indiscreta que ya se sabe... Luego, la noche es, como acostumbra, un intento de oscuridad, un calor que nunca se fue, un insomnio indeseable y el peso de este cuerpo que ansiaba volar.

Hermano

Una delicada brisa entre copas de árboles, horas que se mecen y un almuerzo liviano. Sábado de una discreta felicidad. Poco a poco el adentro comienza un proceso (largo creo yo) de reconstrucción. Mientras una mosca zumba en la habitación y mi perro apoya la cabeza sobre mi pecho, es difícil no preguntarme sobre qué zumba una mosca en Oriente Medio. ¿Alguien estará en alguna habitación que no me imagino pensando en cómo será la vida en Centroamérica? ¿Tomará una siesta? ¿Se imaginará un mundo utópico? Ahora que la utopía es la verdadera resistencia y ser inofensivo es la única revolución. Si es así, hermano, que la vida dirija nuestros esfuerzos por ese camino que se hace para el pueblo del mañana, en diáspora por el mundo entero.

Niebla y domingo de ramos

Las horas de un domingo de ramos, de noche. He visto unos ojos asomados a ese precipicio del misterio. Tendrían que ser amantes del peligro para tomar ese viaje sin retorno que es el salto. Si lo sabré yo. Pero mientras tomaban todas las riendas con una mano, soltaban todas las fantasías de mi cabeza. Los ojos y su mirada: "Manéjese son cuidado". Así termina uno con un manojo de pensamientos infundados entre las manos y con ganas de hacer apuestas... y con ganas de perderlas para apostar otra vez. Ahora que ya es de noche, ahora que ha pasado la calcinación del sol de este día, ahora que los creyentes han recibido con palmas al salvador; me muero por probar la arrolladora pasión de quien tiende sus ropas en la calle para aquel que es la manifestación del Gran Amor. Comprobar que la entrega no es sumisión porque quien recibe ya ha entregado su propia vida desde el principio. Supongo que para esto me sirve la religión: para pensarme ese lugar pequeño del amor romántico. Al marg

No es que...

No es que uno quiera recorrer los mismos senderos de siempre, no es una cosa del querer, ¿sabe? No es que uno quiera mecerse compulsivamente en la misma vieja mecedora del amor. No es eso. No es tampoco que uno quiera que la vida sea la misma pared endurecida o la montaña siempre lejana. O el silencio. Uno pasa las horas con la vergüenza de tener los ojos atravesados por espinas y las manos mutiladas por algún diablo peregrino. Luego uno es arrestado por la nostalgia y las horas huyen oscuras por el hueco de un sucio lavamanos. Y se te pide que des explicaciones, que digás la causa primera, que mostrés el lugar de origen. Pero no es posible. Alguna onda desubicada, algún proyecto desconocido, algún juego sin reglas. Y silencio. No es que uno quiera jugar de enigmático o acaparar una o dos lagrimas ajenas. No es que uno quiera hacerse pasar por la misma muerte. No es que uno no quiera hablar de esto. No es que quiera nombrarlo. Es que el silencio.

Paranoia

Puedo suponer una criatura iridiscente alojada en la base de mi cráneo, adentro, succionando la vida a través de mi médula espinal. Puedo suponer que, a cambio, llena de fantasías mis pensamientos. No hay ceguera más llena de colores. Es así que no siento su presencia ni quiero sentirla, porque quiero esos sueños que se propagan insidiosos por los recovecos cerebrales. ¿Qué tal si decir "yo" no es más que una manifestación de semejante parásito, junto con ese endémico miedo a desaparecer? Esa identidad que no es más que una elaborada defensa, un camuflaje. Luego, matamos, sobrevivimos, lloramos, queremos, deseamos en favor de esa criatura que no sospechamos. La única forma que toma la verdadera libertad es la de un punzón largo y grueso junto con un mapa detallado de las partes del cerebro.

Esquina inalcanzable

Siempre una esquina, una orilla, un resquicio difícil de alcanzar con los largos filamentos de la escoba. Territorio autónomo y misterioso. Lleno de aquellos restos de pasado sin posible clasificación. Tal vez, de un tiempo anterior a mi existencia. Esta idea, de repente, me resulta inquietante. ¿Con qué o con quién vivo yo que me creía un ser solitario, lleno hasta la saturación de mi rostro en los espejos? Y he aquí que veo, de reojo, la mirada brillante de lo que ya aconteció agazapada en los inalcanzables ángulos. Es así que el tiempo son esquinas que no se agotan, sino que se estremecen arreboladas con cada seducción tosca del ahora. 

Antes del café

Jaqueca de madrugada y los párpados sellados por las horas. La luz de la mañana es un velo gris sobre las cosas. En esta especie de quietud en la cual un tren brama en la distancia y motores de lavadoras se acompañan en sus ciclos, yo muevo cada uno de mis miembros con cuidado. Como si todavía estuvieran a prueba. Tengo los pensamientos fuera de sus lugares. Si muevo la cabeza impactan las paredes craneales con sus puntas irisadas. No lo hubiera esperado de un día como hoy pero..., tengo ganas de comerme el mundo. Aunque sea con mordiscos pequeños y lentos. En esta extraña esquina del ahora, el espíritu juega a desarmar un reloj y poner a rodar sus ruedecillas. Todo vibra me digo con ese temblor necio en el ojo y pongo a andar este cuerpo demasiado grande hacia la cocina donde todavía se acurruca, negro y confiado, el coffee maker. 

Letras pequeñas

Escribo con letra pequeña. Para perder de vista las palabras. Para que las palabras se pierdan y no encontrarlas de nuevo en alguna conversación o en la cita quincenal de psicoterapia. Es inútil. Igual siguen los rastros de mi negligencia o mi ineptitud; que para efectos prácticos es lo mismo. Luego sus narices me buscan bajo la puerta y me sorprende que no hayan pasado debajo de ella. Algún día podrían encontrarlas agazapadas en la tibieza de las sábanas o dando vueltas en el tambor de la lavadora. Quién sabe. Al fin y al cabo, esos diminutos accidentes son parte de gráficas sin retorno en los ensayos tan característicos de este universo.

La noche polaca

La tibieza de la luz que rueda por los espacios del tiempo. No puedo hacer más que recostarme suavemente en su regazo y esperar por el tránsito de la mañana que pronto se lanzará a las calles a ganarle una carrera a la frustración. Mis perros no conocen de la bolsa o bienes raíces y aún así ladran porque me quieren suyo. Yo le digo al mundo que son míos y después todo es una telaraña. Movidos por los misteriosos hilos de seda de lo que está por acontecer, nos decimos con seguridad que los sueños son frutas maduras que tenemos que alcanzar. Posiblemente fuera así, antes de los supermercados. Al caminar los adoquines del tiempo la mañana de un día cualquiera, cuesta imaginar que alguna vez existió la noche y que, como vendedora de puerta en puerta, volverá a la hora del atardecer con su serie de cachivaches para los párpados. Yo me quedo silencioso, por si pasa de largo y el día dura un poco más. Al final, le abro la puerta porque cómo me gusta, aunque sea, mirar entre sus pliegues la lu

Después del atardecer

Después del atardecer llegan las horas de puntillas en medio de los familiares ruidos de los vecinos. Un perro ladra por sus derechos dos casas más allá y arriba una niña salva el mundo con sus gritos estridentes, capaces de poner de rodillas a cualquier líder mundial. La vida toma el cómodo camino de la inercia y siento imágenes bizarras transitando mis pensamientos. Entonces, como lo que haya, escribo lo que salga, sueño lo que se puede y espero lo imposible. Me dejo envolver por la oscuridad. En el rincón más alejado una estrella inaugura el cielo y yo recuerdo que la vida siempre es el desplazamiento que procuramos para ganarle centímetros al espejismo.

No era gato

La historia de un gato que no era gato. De un gato que le daba instrucciones a la muerte y que brincaba la cuerda con sus nueve vidas. Tuvo la historia este gato de no ser gato antes de ser gato. Cuando no fue gato, miró las estrellas y midió el tiempo. Pensó, por supuesto, que tenía a la realidad tomada por su cola. Y entonces, antes de que se escabulleran todos los minutos, predijo catástrofes innumerables. 

Oportunidad

Estos cuerpos pesados y calientes a las 4 pm de un sábado de este año que amenaza con caminar despacio por sus meses.  Es cierto que la vida no diseña, que busca promesas en los intersticios. Espero reconocer en esta vida que soy esa sabiduría arcaica que hace de la hostilidad una oportunidad. 

Año nuevo 2016

Trips  de año nuevo por la avenida central. La vía resbaladiza de la luz y creo en las posibilidades de lo que está por acontecer. No esperaba ese tibio amanecer o la máscara siempre inquietante de la alegría. Toda la maquinaria secreta de la ciudad se ha puesto en marcha. Las personas despiertan de un sueño insatisfactorio para buscar sus avatares en las promesas del después.