Antes de dormir en un día de verano

Es esta quietud henchida de calor. Este pasar del tiempo sofocante. Mis perros escarban ya las imágenes de sus sueños. Hechas posiblemente de miedos, ya que huelen la incertidumbre que se deposita entre las horas. Yo me resisto a dormir. El día no ha terminado. No quiero darme cuenta que el amor se fue otra vez por el ducto de la cocina o que, otra vez, la voz de Dios es un murmullo ininteligible escondido entre lo evidente. Hoy debí besar suave y profundamente la boca herida de un viajero en el tiempo. Hacerle vaciar sus bolsillos y permitirle jugar con mis deducciones. Pero no, así que cierro esta sonrisa amarga como quien cierra la cremallera de un pantalón y busca un par de excusas para evadir esa pregunta indiscreta que ya se sabe... Luego, la noche es, como acostumbra, un intento de oscuridad, un calor que nunca se fue, un insomnio indeseable y el peso de este cuerpo que ansiaba volar.

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