Entradas

Mostrando entradas de febrero, 2017

Él dijo, yo dije

Él dijo que ya no le quedaba tiempo, que vivía horas extra y pensaba en las estadísticas de esperanza de vida, en su padre, en su madre, en el abuelo, en el primer hombre, en que las cosas se tienen que acabar. Yo le dije que no tenía tiempo, que no tenía horas extra, que pensaba en las estadísticas de desempleo, en mi padre, en mi madre, en los niños pequeños y en que el mundo es una bola enorme que uno tiene que empujar por la dichosa pendiente de la vida (no mencioné a Camus, qué se le va a hacer). Él dijo que ya no reconocía sus pasos, ni la fuerza de su brazo, ni el cuerpo que bañaba todos los días. Yo, por mi parte, no le pude decir que yo tampoco me reconocía en mis sueños, en esos momentos que deshojaba  de lo que ya pasó, en los rostros de mis pocos amores. Él, posiblemente, quería que lo esperara o, tal vez, yo no tenía forma de alcanzarlo. Yo no podía confesarle que, en el punto medio de las estadísticas donde me hallaba, me sentía acabado y con ganas de acabar. No pude porq

Domingo y anochecer

Las familias se recogen en sus casas y apartamentos como corolas contraídas ante el presentimiento de la oscuridad. El silencio ronda los apagados ruidos de los electrodomésticos y las cenas. Mis perros duermen frente al umbral de los sueños que ya no fueron. Por si quieren volver. Mientras todo parece estar a punto de dar un salto hacia el lunes, yo sólo puedo pensar en rodar indolentemente por las calles, a merced de las luces, mientras evado ensoñaciones. Quisiera que la vida posara su caricia sobre esta esquina incierta y la hiciera dormir. Cuando las esquinas sueñan no se reconocen, en principio. Hasta que, de pronto, como parte de esas cosas inexplicables que sólo suceden en los sueños, toman consciencia de que son enormes plazas donde se han dado cita un par de amantes para robarse los últimos besos del día.

Recuerdo en la madrugada

Las huellas de lo que fue siguen su itinerario en alguna esquina del pasado. La luz bordea sus contornos suavemente como una caricia trasnochada e inoportuna. Es casi imposible resistirse al embrujo de la memoria aunque sea solo para llenar esta hora oscura de la madrugada. ¿Es así cómo te hacés presente? ¿Caminando a lo largo de una acera en San Pedro? ¿Esperando un bus hacia el centro de la Vía Láctea? ¿Dejando suspendida una mirada en el recuerdo? Te juro que hubiera querido cruzar esa calle ancha, que hubiera querido superar el miedo y que así, sin más, hubiera abrazado la historia; cualquiera que hubiera sido. Ah, el pensamiento. Basta un cabo de alguna cuerda y empieza a deshilachar sin descanso esas impresiones de lo que fue. Ah, el corazón. Basta una ausencia y no deja de probar, por si calzan, todos los objetos que encuentra en ese espacio vacío de la cama.

Sol sinvergüenza

Es, por demás, una burla desconsiderada este domingo. Miren nada más ese cielo azul, tan azul. Ese sol, quién lo hubiera pensado, tan cálido, tan sol de verano y cualquier sorpresa. Casi podría ofenderme la sonrisa de los vecinos y ese entusiasmo con que toman sus bolsas de manta para ir a la feria. Y los perros, ni qué decir, con sus carreras y sus amigos nuevos en el parque. Parece como si el Apocalipsis estuviera pospuesto: un asteroide desviado, el polo norte más frío que de costumbre, cierta epidemia de solidaridad y un anticristo derribado. Hasta yo, que me asomo al espejo, me cuesta no sonreír, como si todo estuviera bien de golpe y como si estuvieran a punto de sonar dos golpes en la puerta y "vámonos para la playa". "Sí, vámonos", porque el sol no tiene vergüenza, ni el azul del cielo le preocupa una sombra, ni el Apocalipsis tiene fecha, ni la sonrisa se ha quedado detrás de una pena. Así que, si todo el universo tiene el descaro de la felicidad, yo quiero

Delirio

Algunos momentos son sólo eso: imágenes. Vacías caretas cargadas de pretendida relevancia y promesas. Lo único verdadero es el movimiento de mi adentro. Sueño, sueño que amo, amo la vida que parece crearse, me entretengo en ser el dios de este sueño y sueño que creo, de nuevo, que profeso la misma fe de las figuras enmascaradas, que dejo con máscaras los cadáveres en sus depósitos, que abandono las miles de memorias almacenadas y soy una criatura prístina en medio de la bruma de la mañana. Así es la locura, lo admito. Estuve un poco loco, sí. Es uno el que disfraza una mirada alucinada y la hace pasar por algo parecido a un alma. Al final, decir que fue una estafa, es una manera vaga de echarse la culpa y de culpar a alguien. Porque es fácil. En todas las montañas mora la vida, pero no en todas, al subirlas, encuentra uno la experiencia indescriptible de lo divino.

En una sala de cine. Tarde

La penumbra de una sala de cine. Antes que todo inicie. Antes de los espectadores. Antes de cualquier viaje. Momento de quietud sin pensamientos. No soy nada. Un peso tal vez. Algún latido perdido entre tantos. Ni siquiera un cuerpo. Accidente aparatoso. Una espera porque no puedo ser algo más mientras otro está siendo. Relevo tal vez si lo pienso como una especie de camino a ese país que gobierna el atardecer. Luego, está el tema de la medianoche y el insomnio. Pero, bueno, es imposible saber la forma de las pesadillas antes de caer dormido. 

Madrugada de verano

De madrugada, cada cosa, cada rostro, cada recuerdo parecen haber sido sumergidos en un baño espeso de irrealidad. Joyas de las sombras. El pensamiento se fragmenta y discurre por una lógica cercana a la del delirio. Partes de sueños quedan como restos ruinosos entre los minutos que lentamente se despeñan hacia el amanecer. Casi puedo distinguir fantasmas entre los latidos irregulares de la ciudad. Los automóviles desgajan el silencio en jirones que de nuevo se vuelven a juntar, ya cicatrizados. Es imposible no perderse, no caer seducido por los espejismos, no esperar una cadena de imposibles o ser engullido por miedos infantiles. Es imposible, me digo, no ser yo mismo una madrugada, una intensa oscuridad a la espera, un soñador y un sueño, una espesa niebla que se deposita sobre los momentos y un presentimiento. Me tranquiliza pensar que los juegos del tiempo no se detienen y que pronto, el horizonte será un tajo de robles en flor para otro día de verano.