Domingo y anochecer

Las familias se recogen en sus casas y apartamentos como corolas contraídas ante el presentimiento de la oscuridad. El silencio ronda los apagados ruidos de los electrodomésticos y las cenas. Mis perros duermen frente al umbral de los sueños que ya no fueron. Por si quieren volver. Mientras todo parece estar a punto de dar un salto hacia el lunes, yo sólo puedo pensar en rodar indolentemente por las calles, a merced de las luces, mientras evado ensoñaciones. Quisiera que la vida posara su caricia sobre esta esquina incierta y la hiciera dormir. Cuando las esquinas sueñan no se reconocen, en principio. Hasta que, de pronto, como parte de esas cosas inexplicables que sólo suceden en los sueños, toman consciencia de que son enormes plazas donde se han dado cita un par de amantes para robarse los últimos besos del día.

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