Madrugada de verano

De madrugada, cada cosa, cada rostro, cada recuerdo parecen haber sido sumergidos en un baño espeso de irrealidad. Joyas de las sombras. El pensamiento se fragmenta y discurre por una lógica cercana a la del delirio. Partes de sueños quedan como restos ruinosos entre los minutos que lentamente se despeñan hacia el amanecer. Casi puedo distinguir fantasmas entre los latidos irregulares de la ciudad. Los automóviles desgajan el silencio en jirones que de nuevo se vuelven a juntar, ya cicatrizados. Es imposible no perderse, no caer seducido por los espejismos, no esperar una cadena de imposibles o ser engullido por miedos infantiles. Es imposible, me digo, no ser yo mismo una madrugada, una intensa oscuridad a la espera, un soñador y un sueño, una espesa niebla que se deposita sobre los momentos y un presentimiento. Me tranquiliza pensar que los juegos del tiempo no se detienen y que pronto, el horizonte será un tajo de robles en flor para otro día de verano. 

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