Sol sinvergüenza

Es, por demás, una burla desconsiderada este domingo. Miren nada más ese cielo azul, tan azul. Ese sol, quién lo hubiera pensado, tan cálido, tan sol de verano y cualquier sorpresa. Casi podría ofenderme la sonrisa de los vecinos y ese entusiasmo con que toman sus bolsas de manta para ir a la feria. Y los perros, ni qué decir, con sus carreras y sus amigos nuevos en el parque. Parece como si el Apocalipsis estuviera pospuesto: un asteroide desviado, el polo norte más frío que de costumbre, cierta epidemia de solidaridad y un anticristo derribado. Hasta yo, que me asomo al espejo, me cuesta no sonreír, como si todo estuviera bien de golpe y como si estuvieran a punto de sonar dos golpes en la puerta y "vámonos para la playa". "Sí, vámonos", porque el sol no tiene vergüenza, ni el azul del cielo le preocupa una sombra, ni el Apocalipsis tiene fecha, ni la sonrisa se ha quedado detrás de una pena. Así que, si todo el universo tiene el descaro de la felicidad, yo quiero tener el descaro más grande de gozarla.

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