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Cuatro imágenes para un sábado

Como si se te hubiera quedado ese árbol caído que sigue ahí, sobre la acera de siempre, incrustado en ese lugar del miedo, debajo del esternón. Como si los ojos no pudieran abrirse, perdidos ellos dos en la espesa oscuridad, mientras el viento es viento y el cielo es de un azul imposible. Como si los pies, llagados ya de tantos horizontes, tuvieran que desandar los pasos de cada sueño concebido. Como si la mano no pudiera abrirse, atrofiada de escepticismo, para agarrar con desesperación a ese amor que está a punto de morir. Y, sin embargo, decirle al oído: adiós, nos veremos pronto. Y, con lucidez, ver un hogar en cada huella. Y aprender a no ver, para ver aquello que los sabios callan. Y dejar que ese tronco caído eche raíces en tu cuerpo para volver a respirar como lo hace el universo entero en su inestable eternidad. 

El parque

Es solo un parque. Hasta que pasa una nube y su sombra agita los muros grises y las puntas del zacate reverdecido por el invierno. Una imagen familiar. Sería un parque si no fuera porque este cuerpo que se desintegra lentamente puso su peso sobre sus poyos y su cancha humedecida. Algo imperceptible se escapa de la imagen que intento atrapar. Así entré por sus puertas cercadas alguna vez hace cinco o seis años diciéndome que un parque es un parque y que yo soy eso que lo habita por un momento. Y me fui seguro de que seguiría allí. Y está allí para consuelo de mis esperanzas. Aunque a medida que pasa un año y otro, los fantasmas que lo pueblan no cesan de asomarse en esa hora favorita de las sombras que es el mediodía. 

Sueño

Él era una entrada discreta de medianoche en algún lugar recóndito de la ciudad. Yo sólo pasaba por ahí. Me gustaba vagar por rutas sin sentido entre calles y bolsas de basura. "Apenas me estoy despertando", creo que dijo. Aunque bien pudiera haber sido otra cosa. Ando sordo del lado izquierdo y, a veces, fantaseo con facilidad. En sus ojos todavía veía los restos de sueños inacabados. ¿Soñabas con volver a ese planeta que fue tu hogar? "No recuerdo un hogar". Te hace falta, entonces, mi escalera. Fue un largo trayecto hasta la luna más cercana. Alguien le había clavado una bandera y amenazaba con partirse a la mitad. "Esta luna no tiene dueños". Quemó la bandera en medio de una oscuridad llena de estrellas imposibles. Nos quisimos así, bajo la calidez de una sola piel y sobre los pocos deseos que nos quedaban... Desperté en la litera rígida de siempre. En el planeta de siempre. Con ese insoportable amor que te tengo por siempre.

Ella...

Ella se desliza por la superficie como si la esperanza no importara o fuera un artículo de lujo para ingenuos. Deja estelas a su paso que desaparecerán como desaparecen los rostros del pasado o los pequeños eventos que fueron esenciales algunas vez. Sin peso, da igual si una pluma, si un planeta. Sin culpa, da igual si la vida o la muerte. No hay espacio para los remordimientos si hay movimiento. Detenerse es una ficción, un pensamiento que uno, como humano, se permite para curarse del vértigo. Ella lo sabe y, si fuera el caso, podría sentir compasión, si ese momento ajeno a las convulsiones, temblores, espasmos, viajes, erupciones, contracciones, expulsiones y engullimientos de todo el universo durara algo más que mi lágrima abandonada en el asfalto de este cálido verano.

Restos

Atravieso, lunes por la noche, los restos de algo que no fue amor. Encuentro los pedazos de aquello que no fue un rostro, las partes de una mirada que nunca llegó a su destino. Escarbo algunos escombros y compruebo que esas no fueron las palabras que quería decir y que aquellas caricias, nunca cosechadas, se secaron con el tiempo. Cafés de media tarde hechos añicos, sonrisas reventadas contra una pared de concreto. Si doy un paso, pienso, terminaré aplastando las evidencias de alguna ilusión o de algún sueño de madrugada. Pero no es así, no se trata de ilusiones o sueños, tampoco promesas postergadas o roces inesperados. Son solamente lo que son: los restos de algo que no fue amor. Yo, que ya no soy el mismo de siempre, me doy cuenta que guardo con un terrible complejo de acumulador y con no sé qué ciega o torpe esperanza, aquello que nunca fue.