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Mostrando entradas de 2017

Ella...

Transitaba el odio, de noche, con un cuchillo pequeño, de esos con los que se pelan ciertas frutas a mediodía. Los adoquines de San José, humedecidos por las intensas lluvias de este nuevo siglo caótico y vertiginoso parecían las horas previas a una ejecución. Buscaba un sitio de parqueo específico, en el que estaría un carro del año, con una matrícula que había memorizado y un rostro que no iba a perdonar. Pero no se equivoquen, este negocio que la ocupaba, no era personal. Esa fría racionalidad la excitaba cuando se trataba de la justicia. Se sentía alguna heroína de cómic y deseó un pasado más quebrantado, más lleno de lágrimas, incestos o sociopatía. Pero, en fin, sólo era ella y caminaba por San José con la ropa más negra y más ceñida que pudo encontrar. "Soy una caricatura", pensó y se asomó a la ventana del auto que había estado buscando. El último cacho de luna menguante parecía afilado justo como para ser usado por algún famoso chef.

El tiempo y un nombre

Hoy, que me he dado la vuelta por la extraña esquina del ahora tuve la intención de escribir un nombre en la pared y ponerle un corazón. "¡Vandalismo!", dicen las horas. Pero si no lo he escrito, si ni siquiera lo he podido susurrar para mí mismo. Si lo primero que he hecho es ponerme la mano entera en la cavidad de la boca y llenarme la cabeza de paja. Las horas discurren en torno a la cuerda floja que une la intención y el acto. "Es cuestión de tiempo", dicen. Ya quisiera yo no tener que ponerle adhesivo a mis labios, ya quisiera yo. Ellas, de todas formas, no gustan del amor. Dicen que es una enfermedad, que es una amenaza, que es un cataclismo imperdonable. Tienen miedo y les doy la razón. Porque cuando uno está enamorado, siente que el tiempo no pasa, que las horas se van volando, que un minuto es una eternidad... y otros padecimientos que las horas sufren mucho; en esos cuartos pequeños que tiene el día.

Cundo me fui de casa...

Cuando me fui de casa, llevaba dos zapatos pequeños en una caja de cartón y algunas fotos. Los caminos no se empacan, me dijeron. Hice mis pasos como si descubriera el mundo y, sólo recientemente, me di cuenta que en aquella caja de cartón se me había colado un viejo camino. Mis hermanas solían asustarme con mi abuelo muerto que se escondía detrás de mi puerta, debajo de mi cama, embebido en mis pesadillas. Las fotos que tengo: una con mi padre y la típica foto de escuela con el mapa de Costa Rica detrás. En la foto con mi padre (yo una miniatura de tres años), somos los centinelas que posan a ambos lados del umbral de un muro. Los caminos no se empacan, me dijeron; pero yo les digo que en aquella caja de cartón había un camino viejo que se deslizaba debajo de unos zapatos pequeños que me había regalado mi abuelo. Cuando todavía vivía. Antes de que fuera un fantasma detrás de las puertas, debajo de las camas, embebido en mis pesadillas, detrás de mis pasos. Sólo recientemente supe que

De las causas y consecuencias

Es demasiado temprano para pensar causas o consecuencias por lo que trataré de no moverme todavía de la cama. Llueve mucho. Condenada humedad la de afuera que invita la de adentro y luego todo es un desorden caldo primordial. Todavía tengo sueño pero ya los minutos se caen por el barranco de las obsesiones y se perfilan en la niebla informe... las hijueputas causas, las hijueputas consecuencias. El día ya comienza a parecerse a los días de siempre. Comienzo a parecerme yo a los días de siempre. Creo que voy devenir en algo similar a una espora. Eso es un pensamiento a todas luces romántico. Ya saben, eso de ser minúsculo y en la noche de lo posible convertirse en una red enorme en algún bosque meridional. Ser la causa de una esperanza, ser la consecuencia de un acto desinteresado. Ser, para seguir de necio, una espora en el aire, anónima, pulsante, cósmica. Del sur vienen una bandada de recuerdos. El viento, siempre el viento. Estoy a punto de moverme suavemente y dejarme caer, ya madu

De las librerías-laberinto

Las librerías, las que de verdad son librerías, ofrecen un salto dimensional. Uno entra, y no es que sea otro mundo (que bien pudiera ser que no hay paredes, ni horizonte, ni lugar donde nacer o morir aparte de las páginas y páginas accidentalmente reunidas en los anaqueles), sino que uno es otro. Al pasar el umbral, uno ya está como muerto porque el corazón del afuera ha dejado de bombear y otro órgano (pequeño tal vez si el tamaño es importante, que sustituye al que se ha quedado atónito, estático), pulsa, sin nombre, como una estrella lejana que apenas estudia un astrónomo, para que algo parecido a la sangre recorra los vericuetos de lo imaginable, lo pensable, lo amable. He aquí que uno contiene esa lágrima de tinta que pudo muy bien ser palabra a punto de escaparse de tu mano. A tiempo, antes que uno salpique de frases varias las superficies y las palabras de otros, quien atiende, esa persona (imposible estereotipos o taxidermia, podría presentarse con cualquier aspecto y en cualq

Gracias Norah Jones

Norah Jones la tarde de un domingo solamente porque el gris y la lluvia, ya saben. Podría depositarme, enterrarme en las cobijas de mi cama y perderme en la simplicidad del techo blanco. Comer algunas galletas plenas de chocolate con un vaso de leche ligeramente tibia si no fuera porque, poco previsor, no se me ocurrió comprarlas. Todo está a la espera del atardecer y un bombillo refugiado en un alero entibia el techo que lo cobija. Como si fuera posible responder un beso con una caricia o intercambiar sonrisas entre fracturas o salvar el espíritu en medio de la cabeza de agua que es este mundo o esperar que una mirada quiebre en pedazos las horas o que los minutos se escondan de una lágrima o... o... o... qué sé yo. Norah Jones tiene una voz que es como una luz. Cálida. Caricia y beso. Espíritu y eternidad. Creo que he tenido un momento de dicha gracias a la música.

Lluvia y perros 5 am

El día de hoy es lluvia y perros. Ellos huelen por todo el apartamento los pequeños cascarones vacíos de lo que pudo ser. Con algo parecido a la resignación, les doy su ración diaria (una en la mañana otra en la tarde), de recuerdos y razones. Así, ellos se persiguen entre las horas del día, levantan las orejas frente a una premonición y mueven la cola si presienten el amor a la vuelta de la esquina. Hoy les tengo compasión porque llueve y tienen que esperar agachados, detrás de la puerta de entrada, con su naricilla estudiando el mundo por las ranuras. Ya quisiera yo darles un mundo del tamaño de sus zancadas. Ya quisiera yo comprender qué es el mundo para ellos. Entre los abismos que nos separan siempre encontramos nuestro calor en las madrugadas, placer en nuestros juegos extraños y protección en nuestra fragilidad de seres que viven con un sueño. Luego, soy yo un poco perro, ya que trato, con mucho o poco éxito, de agazaparme detrás de los ojos humanos, de la lengua humana, de esta

De la creación

Las acciones se alínean con nuestro pensamiento. El pensamiento determina sus líneas con nuestras creencias. Creemos con la misma fuerza con la que creamos. Creamos cuando nombramos. Nombramos las especies que nos habitan por dentro cuando realizamos el pequeño acto mágico de llamarlas a la existencia con la fuerza de nuestro cuerpo. Al decir una palabra, al hacer un gesto, se vuelve carne la filosofía, se cubre de sangre la ideología. No es nada definir una situación en nuestras vidas. Se convierte en un pequeño todo, en un infinito. Por eso las acciones conscientes y honestas son creadas por nuestro mundo interno, crean mundo y nos crean, todo a la vez. Uno podría estar diseñando una jaula para sí mismo, una jaula para un otro o un pequeño bosque de posibles. Da vértigo vivir con esa responsabilidad, no tengo ninguna duda. Sin responsabilidad, de lo contrario, podría terminar pensando lo que no quiero, creyendo lo que me oscurece, creando infelicidad y paralizando a otros con el vací

Desayuno de madrugada

Madrugada. No distancias. Casi vacías calles de este cuerpo. Latidos sin propósito. No hay herida. Anestesia. Sueño. Me sumerjo en la primera soda abierta y concurrida. Soy un accidente en la barra larga que espera un pinto con huevo y abrazos no. La vida supura tiempo y un par de ansias. He descubierto ya hace mucho que, en cualquier momento y sin aviso, alguien te puede meter la cabeza de lleno en el hueco de una letrina, ponerle un mal ojo a tu fractura y darte una patada en dirección a la exclusión o a la soledad. Luego, la ciudad se duerme y se despierta sin ningún remordimiento, sociopática y feliz. Anestesia y un poco de facebook. Latidos. Estoy vivo, sí. No hay herida. Miento. Tiempo espeso. Sobran las explicaciones y los hechos se desfiguran con cada plato que veo pasar hacia otras mesas. Me sumerjo en este escrito. Pienso una mañana futura. No sé si en un mes o tres. La mañana de un desayuno sin esperas. Un abrazo que te cobija en ese lugar incierto del monstruo que sos.

Puede ser...

Puede ser que tenga un remordimiento asomado en el horizonte. A la pura par de la puesta de sol. Puede ser que todavía le tenga miedo a la noche, posiblemente por aquellos años perdidos en los que imaginaba a mi abuelo detrás de la puerta o un par de ratas enormes. Hay moscas zumbando en las ventanas de mi casa. Esos insectos tan despreciables y tan afectos a la luz. Puede ser que me duela la memoria y, definitivamente, la parte del corazón donde impactaron ciertas frases de un sábado en la noche. Si a mí me duele, no quiero imaginar el dolor de un pecho que ya no palpita en mi mano, pero que ha dolido tantos años que ya no le duele a su dueño.

Un oscuro pensamiento

Clásicos de los 80's en inglés, el ruido de mis pensamientos en español y el lenguaje del mundo, siempre incomprensible. La burbuja cerrada de mis ansiedades refleja la luz de los otros automóviles. Soy una sombra que se fuga por la orilla extrema de un mercurio o de un foco, me digo, como si fuera posible exorcizar la catástrofe que se aproxima. "Está a punto de suceder", me dice algún monstruo desde el oscuro asiento de atrás. "Ya lo sé. No necesito verdades obvias, sino hechos reales". El monstruo calla. Es una pura ficción, me digo. Cuando vuelva a mi casa, me quitaré todas las frases y dejaré mi palabra desnuda, palpitante, lejana y solitaria. La querré por última vez, antes de realizar los conjuros necesarios para inmolar los hijos odiosos de las dulces promesas.

Casual en la noche

Son las 10 y media de la noche. Un día extenuante y unas invaluables alegrías. Estoy en la barra de un bar restaurante porque los platillos típicos me dan una seguridad de hogar que no puedo encontrar en mi aparta. Hoy dejé descansando las metáforas y esa estúpida voz poética que busco en las palabras complicadas. Me falta terminar una cerveza y pedí arroz con leche porque la comida típica, la comida típica me da una seguridad de hogar que no puedo encontrar en mi aparta; ese espacio al que, hace poco, entré por su puerta y era un espacio desprovisto de vos y no lo pude resistir. Por eso salí y me senté en una barra que está igual de desolada. Recorrí varias veces ese menú de platos típicos porque tuve un recuerdo, un pequeño recuerdo de esa seguridad de hogar que no puedo encontrar en mi aparta. Comí, pasó una bandada de remordimientos por mi espina dorsal y me atreví a poner un tímido mensaje que pestañea en la pantalla. Ante el último trago de cerveza, supe que era tiempo de volver

Batería vieja

Hoy el corazón es una batería vieja cuyo ácido se ha filtrado a través de las comisuras del metal. El líquido corrosivo se ha diseminado por mis arterias, por mis venas, ha alcanzado algunos órganos esenciales y me ha sacado una lágrima herrumbrada por mi ojo derecho. Quisiera decir que queda algo de sangre caliente en este cuerpo que da vueltas obsesivas alrededor del amor como si fuera un carro de juguete, un planeta o un filósofo. Quisiera decir que existe algún botadero para estos corazones viejos. Tildarlos de desechables o llamar a alguna oficina que pudiera responder por ellos. Pero no. Quisiera sí, quisiera que uno o dos tornillos se hubieran aflojado en mi espalda y que todo el peso de esos años manchados por el recuerdo se cayera, de repente, para dar paso a otra cosa; un ser alado o qué sé yo cómo es el después.

(Hamlet)

Caminé por la plaza vacía. El reloj se resistía a dar su hora y yo... yo me resistía a volver. El frío era despreciable y la brisa podría haberme doblegado alguna otra noche, pero no ésta. ¿Dónde estás? Los irregulares adoquines de piedra creaban extrañas formas geométricas y seguir su curso me llevaba al par de hombres que vigilaban en silencio mi continuo deambular por ese espacio tan conocido pero que, en la confusa luz de la medianoche, parecía guardar una extraña similitud con un sueño angustioso. Lamentaba la ausencia de Horacio, el cual, en un arranque de dignidad e independencia, se negó a acompañarme otra vez en mi obsesión. El día de ayer sentí con claridad que todos me creen loco y que ese par de hombres que asisten a este espectáculo que soy yo en esta plaza con este reloj que dio su medianoche esperan un momento oportuno para matarme. Por orden de mi tío, me gustaría decir. Pero no, me matarían solamente por el feroz insomnio al que los someto día con día en esta plaza lle

Gripe y noche

Es el cuerpo que se vuelve un otro. Entra en estado de rebeldía. No quiere dormir, no quiere medicamentos, sí los quiere, bosteza, se apaga, se enciende, parece cosas de fantasmas si no es porque en esta era de la ciencia sabemos qué es la enfermedad. Ya sea porque aloja a un extraño que se multiplica en la intimidad de la sangre y los órganos o porque él mismo se convierte en extraño y olvida que una vez fue uno, el cuerpo en la enfermedad es un proyecto. Sí, exactamente. Un proyecto que en su extrañamiento produce una síntesis que es más que el cuerpo que era antes, aunque la memoria diga otra cosa. Pensamos que la enfermedad pasa y que el cuerpo regresa a su estado previo a la enfermedad. No es sí. Decimos: "¿Ya estás bien?" Pero no tiene que ver con esos maniqueísmos a los que nos lleva el miedo a la muerte. Es un tema de aceptación. De dejarse morir ese poco a lo que nos invita la enfermedad y devenir en otro ser: el del después.

A propósito de "Weekend"

No es que uno va por la vida pretendiendo encontrarse una película así o asá, que te diga algo importante o que, de repente, te haga redibujarte ( redraw ) o algo así. Uno no tiene ese propósito. Pero, a veces, sucede. Te metes en alguna selva cibernética o visitás un blog que te da un enlace o, simplemente, te lo dijo alguien en un video en youtube.  Uno no pretende verse en el mismo espejo del baño del personaje; pero pasa. Uno no cree que esa imagen registrada pueda enamorarte o en una sola caricia hecha encuadre hacerte sentir importante, o sea, que existís en esa dimensión oculta de lo humano. La película te hace un pequeño rincón para vos, como si estuvieras en casa de un amigo y mientras te cuenta lo que le pasó a Russell o Glenn, te escucha; porque las historias de uno están también ahí. No es que uno pretenda identificarse, pero cómo no pensar en esa conversación truncada o aquel beso fallido. Si ya, de por sí, me he sumergido en su breve esquina, con las luces tenues y esa am

Él y nada más

Tenía una luna en la nuca y un San Miguel furioso cerca de la cadera. Sudaba a mares, como se dice popularmente, y no le gustaba hablar mucho. Los sábados se derretía mientras corría interminables kilómetros por las calles grises de su pensamiento. "Un shot de cordura", le gustaba decir y no agregaba más. Planeaba convertirse en lobo un día de tantos y buscar una manada lejos, en ese país que existe en el último rayo de sol. Que era imposible, le decían. A él le daba igual lo que la gente considerara imposible. "Cada quien hace de sus miedos unas alas o un abrigo", dijo alguna vez. Me lo encontré en el revés de un espejo y esperaba por un disparo o un beso. Yo preferí lo último, sólo porque consideré que él era de aquellos espíritus que no debían extinguirse jamás. Y los besos son vida, ¿saben? Su espalda era un país que uno dejaba atrás en un vuelo de avión o, más bien, una cometa que se remontaba alto en el cielo de algún verano. Nunca quise que fuera real y no tu

Carta a mi alter ego

Hola. Espero que esta oportunidad que te he dado durante este tiempo haya sido provechosa para los dos. He pensado mucho en nuestra relación... simbiótica, digamos, y es por eso que decidí escribirte brevemente (tampoco es mi intención distraerte de nuestros asuntos), para que conozcás cómo me he sentido y, bueno, no quiero después que podás argumentar con un lacónico "no sabía nada" cuando sea momento de tomar decisiones. ¿Has notado este momento tan diferente en nuestras vidas? Hemos llegado a una incómoda esquina del ahora. ¿Qué hacemos entonces? Ya sabes cómo funciona: o cruzamos calles o doblamos por una nueva vía. Siempre es posible devolverse, propusiste alguna vez. Pero, ¿quién quiere pasar de nuevo por aquellos callejones sin salida o aquellos balcones inalcanzables adornados con geranios? Es tiempo para otras cosas. Pasemos por una floristería o por un vivero, sembremos una semilla en un lote baldío o, por qué no, recojamos el nido caído en un parque. Queríamos tant

Él dijo, yo dije

Él dijo que ya no le quedaba tiempo, que vivía horas extra y pensaba en las estadísticas de esperanza de vida, en su padre, en su madre, en el abuelo, en el primer hombre, en que las cosas se tienen que acabar. Yo le dije que no tenía tiempo, que no tenía horas extra, que pensaba en las estadísticas de desempleo, en mi padre, en mi madre, en los niños pequeños y en que el mundo es una bola enorme que uno tiene que empujar por la dichosa pendiente de la vida (no mencioné a Camus, qué se le va a hacer). Él dijo que ya no reconocía sus pasos, ni la fuerza de su brazo, ni el cuerpo que bañaba todos los días. Yo, por mi parte, no le pude decir que yo tampoco me reconocía en mis sueños, en esos momentos que deshojaba  de lo que ya pasó, en los rostros de mis pocos amores. Él, posiblemente, quería que lo esperara o, tal vez, yo no tenía forma de alcanzarlo. Yo no podía confesarle que, en el punto medio de las estadísticas donde me hallaba, me sentía acabado y con ganas de acabar. No pude porq

Domingo y anochecer

Las familias se recogen en sus casas y apartamentos como corolas contraídas ante el presentimiento de la oscuridad. El silencio ronda los apagados ruidos de los electrodomésticos y las cenas. Mis perros duermen frente al umbral de los sueños que ya no fueron. Por si quieren volver. Mientras todo parece estar a punto de dar un salto hacia el lunes, yo sólo puedo pensar en rodar indolentemente por las calles, a merced de las luces, mientras evado ensoñaciones. Quisiera que la vida posara su caricia sobre esta esquina incierta y la hiciera dormir. Cuando las esquinas sueñan no se reconocen, en principio. Hasta que, de pronto, como parte de esas cosas inexplicables que sólo suceden en los sueños, toman consciencia de que son enormes plazas donde se han dado cita un par de amantes para robarse los últimos besos del día.

Recuerdo en la madrugada

Las huellas de lo que fue siguen su itinerario en alguna esquina del pasado. La luz bordea sus contornos suavemente como una caricia trasnochada e inoportuna. Es casi imposible resistirse al embrujo de la memoria aunque sea solo para llenar esta hora oscura de la madrugada. ¿Es así cómo te hacés presente? ¿Caminando a lo largo de una acera en San Pedro? ¿Esperando un bus hacia el centro de la Vía Láctea? ¿Dejando suspendida una mirada en el recuerdo? Te juro que hubiera querido cruzar esa calle ancha, que hubiera querido superar el miedo y que así, sin más, hubiera abrazado la historia; cualquiera que hubiera sido. Ah, el pensamiento. Basta un cabo de alguna cuerda y empieza a deshilachar sin descanso esas impresiones de lo que fue. Ah, el corazón. Basta una ausencia y no deja de probar, por si calzan, todos los objetos que encuentra en ese espacio vacío de la cama.

Sol sinvergüenza

Es, por demás, una burla desconsiderada este domingo. Miren nada más ese cielo azul, tan azul. Ese sol, quién lo hubiera pensado, tan cálido, tan sol de verano y cualquier sorpresa. Casi podría ofenderme la sonrisa de los vecinos y ese entusiasmo con que toman sus bolsas de manta para ir a la feria. Y los perros, ni qué decir, con sus carreras y sus amigos nuevos en el parque. Parece como si el Apocalipsis estuviera pospuesto: un asteroide desviado, el polo norte más frío que de costumbre, cierta epidemia de solidaridad y un anticristo derribado. Hasta yo, que me asomo al espejo, me cuesta no sonreír, como si todo estuviera bien de golpe y como si estuvieran a punto de sonar dos golpes en la puerta y "vámonos para la playa". "Sí, vámonos", porque el sol no tiene vergüenza, ni el azul del cielo le preocupa una sombra, ni el Apocalipsis tiene fecha, ni la sonrisa se ha quedado detrás de una pena. Así que, si todo el universo tiene el descaro de la felicidad, yo quiero

Delirio

Algunos momentos son sólo eso: imágenes. Vacías caretas cargadas de pretendida relevancia y promesas. Lo único verdadero es el movimiento de mi adentro. Sueño, sueño que amo, amo la vida que parece crearse, me entretengo en ser el dios de este sueño y sueño que creo, de nuevo, que profeso la misma fe de las figuras enmascaradas, que dejo con máscaras los cadáveres en sus depósitos, que abandono las miles de memorias almacenadas y soy una criatura prístina en medio de la bruma de la mañana. Así es la locura, lo admito. Estuve un poco loco, sí. Es uno el que disfraza una mirada alucinada y la hace pasar por algo parecido a un alma. Al final, decir que fue una estafa, es una manera vaga de echarse la culpa y de culpar a alguien. Porque es fácil. En todas las montañas mora la vida, pero no en todas, al subirlas, encuentra uno la experiencia indescriptible de lo divino.

En una sala de cine. Tarde

La penumbra de una sala de cine. Antes que todo inicie. Antes de los espectadores. Antes de cualquier viaje. Momento de quietud sin pensamientos. No soy nada. Un peso tal vez. Algún latido perdido entre tantos. Ni siquiera un cuerpo. Accidente aparatoso. Una espera porque no puedo ser algo más mientras otro está siendo. Relevo tal vez si lo pienso como una especie de camino a ese país que gobierna el atardecer. Luego, está el tema de la medianoche y el insomnio. Pero, bueno, es imposible saber la forma de las pesadillas antes de caer dormido. 

Madrugada de verano

De madrugada, cada cosa, cada rostro, cada recuerdo parecen haber sido sumergidos en un baño espeso de irrealidad. Joyas de las sombras. El pensamiento se fragmenta y discurre por una lógica cercana a la del delirio. Partes de sueños quedan como restos ruinosos entre los minutos que lentamente se despeñan hacia el amanecer. Casi puedo distinguir fantasmas entre los latidos irregulares de la ciudad. Los automóviles desgajan el silencio en jirones que de nuevo se vuelven a juntar, ya cicatrizados. Es imposible no perderse, no caer seducido por los espejismos, no esperar una cadena de imposibles o ser engullido por miedos infantiles. Es imposible, me digo, no ser yo mismo una madrugada, una intensa oscuridad a la espera, un soñador y un sueño, una espesa niebla que se deposita sobre los momentos y un presentimiento. Me tranquiliza pensar que los juegos del tiempo no se detienen y que pronto, el horizonte será un tajo de robles en flor para otro día de verano. 

Imposible

Imposible, entre la multitud de rostros, luces y humo, encontrar el rostro caliente de la patología. Con ese extraño sexto sentido que tiene la vocación de la víctima por su verdugo. Esperaba la sombra de esa multitud, que me fagocitara y he aquí que me siento más que nunca quemado por el mediodía de mis ensoñaciones románticas. No sé cómo llamar a un espécimen de mi naturaleza. Anacronismo, supongo. Luego, la vida es un eterno huir entre los árboles, a lo largo de ríos que se dicen interminables, dejando huellas sobre las huellas de otros animales. Al final, después de empujar la salida y deshacerme de los últimos dos rostros, sé que soy un marginado, que nunca he sido parte de nada, que las luces de la noche están por apagarse. Ahí está la muerte en el retrovisor. Cuando trato de regresar. Cuando me detengo cada cien metros porque no quiero ver de nuevo ese apartamento que parece abandonado. Cuando no quiero verme en el espejo ese del baño imaginando algunos besos en mi boca. Cuando

Noche y noche

Medianoche. Tu rostro se hunde en la oscuridad de las sombras que te acompañan. Ya no puedo verte. Te has vuelto uno en un abrazo que no me incluye. En este espacio pleno de luz, circundado de monstruos, ya no puedo sentirte. Escucho que te alejás, gruñendo. Seguís el rastro de las heridas que yo no pude infligirte y ya sé que encontrarás ahí lo que te pertenece. Mientras, en este despoblado sin madrigueras, escucho canciones que no podrías reconocer porque el siglo XX y el siglo XXI. La muerte tiene una sonrisa coqueta y la verdad, ya no luce tan mal después de un par de tragos y si apago todas las luces.

San José de la Montaña

Imagen
Vida, vida y más vida. San José de la Montaña, el frío, altos árboles y esa bruma que humedece el rostro que se planta de cara al dudoso sol. Mis perros en el placer pleno de la tierra y el bosque. Mis perros henchidos de todos los olores conocidos y nuevos. Mis perros que tratan de atrapar en la naciente las pequeñas olas que ellos mismos crean. Ensuciarse, sudar, dejar pasar el agua por el cuerpo, entender que la vida es de una pasmosa simpleza y está hecha de decisiones que nos atan o nos desatan el alma. En algún momento, creo que cuando vi la luz pasar por las ramas de los cipreses, sentí algo parecido a la felicidad. Mis perros se perseguían por el camino y los pocos corredores mañaneros dijeron buenos días. Me acordé de vos y quise que estuvieras aquí y que tu vida palpitara como la luz a mi alrededor, como los corazones de las personas que se internan en los senderos entre los árboles, como los perros que se comen el mundo con sus patas y hocicos. Me acordé y me di cuenta que

Enero 2017

Este sábado, después de impresionantes celajes y carreras varias, está completamente quieto. Ya no espero ningún milagro. Parecía que había sucedido en diciembre, como si fuera un último suspiro de luz en el final de un año turbulento. Luego, la vida, en este enero de fríos vientos y algunos cálidos amaneceres, parece borrar la página de esas esperanzas felices. Me digo que es posible tomar con fuerza la dirección de este día o el de mañana, ¿por qué no? Es mi vida, al fin. Pero no puedo torcer la vida de los otros y pretender que eso lo justifica el amor. Pero la justicia, el convencimiento y la contundencia con que tenga que tomar decisiones no me libra de la tristeza ni de este sentimiento que todavía se quema como un sol pequeño en el pecho. Después de tomar un momento para repasar dos imágenes imborrables, debo poner en marcha el tiempo, porque enero comienza a despertar.

Al hombre en mi cama

¿Cómo explicarle la muerte a un hombre que está en mi cama? ¿Cómo nombrarla siquiera frente a su rostro barbado que todavía se cree niño? ¿Cómo explicarle que es tangente a su cuerpo, que se esconde de sus abrazos y sus besos y se escurre, tan incógnita ella, en los sueños que, dormidos y entrelazados, quisiéramos compartir sólo para hacer más largo el encuentro? ¿Cómo lo convenzo de que podemos ganarle a su aliento, a sus risas desencajadas y su manía de decir la ultima palabra? ¿Cómo le explico a este hombre que lo deseo más que la muerte y que ella, celosa por nuestra relación tan larga y mis promesas suicidas, no me lo perdona?

Mall y Jameson

Escaleras suben y bajan, luces se reflejan en el pulido piso de alto tránsito, ostentosas vitrinas, hieráticas figuras de maniquíes, rótulos y rótulos con miles de seducciones, indicaciones y adioses, globos, impresiones a gran escala, promociones de último momento, ruidos de motores, de extractores, de aire acondicionado, ese inconfundible olor a nada algo plástico, de pronto una fugaz visión del afuera, y vuelve la inmersión en ese fondo difuso y presente hecho de neutros en los que reverberan los neones, los techos indican enormes cavidades, es un organismo me digo, estoy dentro de un animal, una especie de enorme bicho mitológico donde pululan y se mueven otros mitos, en el interior de este ¿intestino? nos movemos seres caóticos a la caza de pequeños fragmentos de sentido en descomposición, circulación de esperanzas, voluntades y ansias por esos pisos arteriales para el alto tránsito, los pasos de este ahora que replican sin cesar los que ya estuvieron antes ahí y que convierten en

Después

¿Qué ha sucedido? Un silencio posterior al evento. Nada más. Nada que pueda decir. No existe nada tranquilizador que pueda dar un sentido a esto. El pensamiento está detenido en una orilla distante y solo escucho el sonido insistente del corazón. En la soledad absoluta donde el otro soy yo mismo quisiera simplemente gritar. Como para agudizar el vacío de los abrazos deshechos, de las miradas que ya no tienen objeto. En la lenta marcha de estos instantes, te extraño.