Ella...

Transitaba el odio, de noche, con un cuchillo pequeño, de esos con los que se pelan ciertas frutas a mediodía. Los adoquines de San José, humedecidos por las intensas lluvias de este nuevo siglo caótico y vertiginoso parecían las horas previas a una ejecución. Buscaba un sitio de parqueo específico, en el que estaría un carro del año, con una matrícula que había memorizado y un rostro que no iba a perdonar. Pero no se equivoquen, este negocio que la ocupaba, no era personal. Esa fría racionalidad la excitaba cuando se trataba de la justicia. Se sentía alguna heroína de cómic y deseó un pasado más quebrantado, más lleno de lágrimas, incestos o sociopatía. Pero, en fin, sólo era ella y caminaba por San José con la ropa más negra y más ceñida que pudo encontrar. "Soy una caricatura", pensó y se asomó a la ventana del auto que había estado buscando. El último cacho de luna menguante parecía afilado justo como para ser usado por algún famoso chef.

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