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Pedazo de realidad

 Tiene uno entre las manos este pedazo de... ¿realidad? Si lo quisiera distinto tendría que desplazar todos los pequeños bloques, sustituir los deslizamientos, evadir algunos derrumbes y reconstruir los sueños. Y, tal vez así, no dedicaría este pensamiento a vos, en medio de las risas de la calle, las bombetas tempranas, el sonido de las botellas de cerveza reguetoneando ajenas en sus cajas, los gritos estridentes de la de enfrente y el perenne silencio donde se hace un ovillo este adentro. Pero, este año, me doy cuenta que me miento. Porque sí voy a desplazar los pequeños bloques, porque voy a sustituir los deslizamientos, porque me cuidaré de los derrumbes y reconstruiré esos sueños que recuerdo en pedazos. Y la calle puede seguir su perenne danza hacia el infinito. Y yo... yo sé que estoy hecho de horizonte. Inalcanzable... Finito.

Ecología del adentro

 Apenas ha salido algún pensamiento detrás de algún pliegue y, aquí, allá, por todo alrededor, se agitan erizadas las preguntas. Graznan sus interminables incertidumbres y levantan sus alas resentidas hacia el misterio. Casi imperceptibles, las criaturas de la memoria salen de sus madrigueras y llenan de evidencias los senderos de alguna diáfana identidad, de alguna inolvidable diferencia. Pequeñas sensaciones corren presurosas por las sombras que lanzan las enormes copas de lo cotidiano y, de vez en cuando, el zumbido característico de alguna disonancia cognitiva. A lo lejos, se distingue el sonido de una corriente de creencias que bien podría ser solamente efecto perenne de la sed constante que produce la vida. Órdenes, súplicas, interpretaciones varias, peticiones y despedidas surgen en bandadas periódicas. Dichas y tristezas, amores varios, enojos y frustraciones soplan entre esas altas copas de lo cotidiano y, a veces, parece que hablan. A veces, parece que hablo. Pero no... Es el

Si estás ahí...

 No sé si estás ahí. Si has dejado vacío el marco de tu ventana. Si estás escuchando o, de oficio, estás haciéndote un café adentro, donde mi voz no llega. Imposible conocer un solo pensamiento sobre esto que se suponía íbamos a discutir. Yo he hablado enloquecidamente porque me da miedo ese silencio que se instala y no deja de azuzar el implacable juez que llevo adentro. Seguramente es mi culpa. Como si esto no fuera algo que es de dos, me digo. Estrategia para sobrevivir. Después de un momento, no digo nada más. Tal vez una correntada de estúpidas promesas. Pienso en diciembre y en que todo podría ponerse al revés de repente. Porque el mundo también se aburre, ¿sabes? Y yo ya estoy mortalmente aburrido.

El peso

Es, pues, la cuestión del peso. Cada célula atraída hacia un centro. Cada pensamiento que siento anclado en un recuerdo. Cada adhesión del camino hacia su historia. Cada brisa que toma rumbo por las calles de la costumbre y no por la ingravidez del cielo. Ya quisiera buscar el precipicio del miedo. Darle un respiro a la suavidad de las cadenas y remontar mi cuerpo en el sueño. Y traficar enigmas, contradicciones y extraños versos. Romper cerraduras y liberar las palabras de su encierro. Que de tanta libertad, aire y deseo pueda ver abajo, pequeña y feliz, la tierra toda volando sin reservas por todo el universo. 

Aprender a caminar

Aprender a caminar. Subir al pico más alto de la columna vertebral. Dominar el vértigo. El llamado del vacío. Reconocer que existe el horizonte, aunque todavía no sé para qué lo quiero. Dominar esa llana perspectiva. No picar la mirada. No. Ahora sí. Basta con un mínimo desbalance. El punto de no retorno. Luego, salvar, salvar, salvar, salvar, salvar... Negocio que se tiene la vida y la muerte. Salvar y salvar, así durante segundos, minutos, días, años... Con suerte. Como conclusión, a pesar de todas las apariencias, uno nunca aprende a caminar. De testigos figuran varias cicatrices y algunos malos recuerdos. Y tal parece, según todas las evidencias, que los años de práctica sostenida no mejoran el desempeño. Lo sé por experiencia propia. 

Inventario

Dos dragones sobre mi entrada. Dos alientos sobre mis pasos. Dos miradas sobre mi horizonte. Dos colas que salen de mi espalda. Dos corazones sobre mis pasiones. Dos espadas sobre el sueño de la muerte. Tres almas en un solo aliento. 

Visión

Veo la visión de una visión. Sacerdotes que desfilan de noche por las ruinas de su propia creación. La luna alta y llena sobre sus figuras. Recitan suavemente, de forma perenne, con sus voces enronquecidas, el libro de la muerte.  ¿Dónde estoy? Voz sin cuerpo. Pensamiento sin acción. Contemplación sin devenir.  La vida pasó agitada llena de historia. Borracha de su propia libertad. Hundida completamente en la viscosidad de su euforia.  ¿Qué soy yo? Silencio. Pliegue de lenguaje sin flor. Un momento. Un momento. Un momento nada más. Recortadas sobre el marco de todas las puertas, las siluetas de hombres haciendo nudos con sus cuerpos. Umbrales a cielos cargados de estrellas. Ajenas todas ellas, por supuesto, qué se podía esperar, a las recitaciones insomnes de desconocidos sacerdotes que desfilan por las ruinas de su propia creación. Canción de cuna. La vida duerme sus excesos. Una campanada lejana. Digital.  

Los gestos inútiles

 Una mirada tardía. La mano vacía que guarda la curva de un amante. El cuerpo distante que ansiaba ver las estrellas. Las caras bellas que no saben nada del arte del beso. Mover las manos en exceso al intentar atrapar oportunidades. Las infinitas posibilidades del dedo meñique. Los sonidos de la boca como único desquite frente a los reveses de la vida. Desnudar el alma aterida en las profundas soledades de la noche. 

Golondrinas

 Sale uno a pasear temprano. Porque los perros, porque el que madruga y la pechuga, porque el sol y caminar es bueno para el corazón. Sobre todo lo del corazón. Y la vida es como un diorama por donde transitan las figuras iluminadas de ese escenario ya perenne que es "la mañana". Está hecha de calle, carros madrugones, casas variopintas y estos, mis pies, enfundados en los pasos que le ofrezco al tiempo. Yo no esperaba, entre tanta cosa, darme cuenta de las golondrinas. No porque no pudieran ser parte de eso que llamamos el instante, sino porque, por primera vez en mucho tiempo, reparé en sus rostros ansiosos bajo el alero de una casa. Así, en detalle. Los mismos que se asomaban por la grieta de las tablas de la fachada en la casa de tejas de mis padres. En los ahora lejanos veranos de la década de los ochenta. Cuando mi mamá sentía que era una bendición el que las golondrinas regresaran cada año como una profecía. Tantos años que podría contar, como los que posiblemente cont

Uno no se da cuenta

 Uno patea la piedra que ya no se hizo camino. Derriba puentes y nidos, pone bombas debajo de su propia cama y escribe mensajes de odio en el techo que ven los ojos del insomnio. Quiebra los brazos que lo levantan de una cuneta en un día de desesperación y vuelve la cara a la locura para que todo tenga sentido. Un buen día, si se presenta la oportunidad, se acuerda uno de que fue pateado, derribado, dinamitado, odiado, quebrado e invisibilizado antes de que quisiera uno el sentido. Ahora, el único sentido es la herida. Así es cómo el mundo se duele continuamente. Así es cómo nos enterramos. Así es cómo nos dormimos tranquilamente en la pesadilla.

Este momento

 En este momento... Mientras decae la luz... Imágenes inconexas de mi madre. Ya la recordaba antes de que se hubiera ido. Los recuerdos son coordenadas que sigo hacia un lugar inaccesible. 

Autoexilio

Uno decide bajar porque no hay espacio para construir. Por debajo de las tumbas uno decide bajar. Escuchando el murmullo casi imperceptible de los muertos. A sabiendas de esos ríos subterráneos sin mar, sin ahogados y con la fría frente anegada en sueños. Se olvida uno de la superficie, de los espejismos, y reclama aquella orilla para sí. Un continuo resplandor sin tiempo. En el espejo de las aguas, las líneas de las manos que recorrí pero que nunca supe leer. ¿Es eso lo que querés? ¿Un vacío para tu letra? No estás lleno. Sin embargo, todavía, la existencia es posible. Obligatoria. Insoslayable. He sembrado. Por debajo de las tumbas, cerca de los ríos subterráneos y a sabiendas de que los muertos no entienden de silencio. Tal vez cuando hayan acabado arriba los enormes estallidos del futuro me asomaré trémulo hacia ese pequeño rayo de sol.

Siglo XXI: Una mañana de verano

Él miró el gato que se había recostado en los estantes altos de la cocina y que, como un reflejo, lo miraba de vuelta. La mañana de ese verano en medio de la pandemia hacía que el gato entrecerrara sus ojos, no sin cierto íntimo placer. Todo parecía haberse detenido en medio de una enorme ansiedad, porque el mundo ya no era mundo, sino un quebradero de cristales como los que quedaban del vaso que hace un momento sostenía. Sentía una enorme opresión en el pecho. No podía respirar. Pensó que era ese precisamente el signo del flamante siglo XXI. En medio de la brevedad de su apartamento, de la brevedad de esa soledad crónica y lo breve que sería la que, por la falta de aire, sabía era una catástrofe inminente, el gato estaba ahí. Supo que en la luz que esa mirada felina le brindaba, había depositado lo más valioso, lo más auténtico que una vida llena de poses y fracasos podía ofrecer a un observador desprevenido y eterno. Luego, ver ya no tuvo más sentido, por lo que se fue resbalando len