Aprender a caminar

Aprender a caminar. Subir al pico más alto de la columna vertebral. Dominar el vértigo. El llamado del vacío. Reconocer que existe el horizonte, aunque todavía no sé para qué lo quiero. Dominar esa llana perspectiva. No picar la mirada. No. Ahora sí. Basta con un mínimo desbalance. El punto de no retorno. Luego, salvar, salvar, salvar, salvar, salvar... Negocio que se tiene la vida y la muerte. Salvar y salvar, así durante segundos, minutos, días, años... Con suerte. Como conclusión, a pesar de todas las apariencias, uno nunca aprende a caminar. De testigos figuran varias cicatrices y algunos malos recuerdos. Y tal parece, según todas las evidencias, que los años de práctica sostenida no mejoran el desempeño. Lo sé por experiencia propia. 

Comentarios

  1. Me encanta este escrito. Lo leí la primera vez y me dejó con una sensación que no tenía palabras. Lo leí una segunda vez casi una semana después como quien dice “volver a aquel lugar” y lo disfruté mucho más. No tengo palabras para describir o dar una opinión de este escrito, poema, prosa, solo tengo la sensación de que la primera vez que lo leí era una personas distinta a la que lo está leyendo en este momento…

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  2. He leído tres o más veces este escrito. La primera vez me dejó pensando en la incertidumbre de mis horizontes. La segunda vez pensé en la nostalgia y a la vez el dolor que dejan las cicatrices. La tercera pensé en que somos un mapa de vivencias y que visitar algunos recuerdos nos da la posibilidad de pensarnos distintos cada vez. Alguna vez me contaron tanto una anécdota que sucedió cuando yo no estaba, pero me decían “sí claro estabas ahí, estabas ahí”, pero en serio no estuve. Pero de tanto oírla empecé a visualizarla y casi se fue convirtiendo en recuerdo. Por eso creo que mirar una y otra vez las cicatrices es importante para darnos el permiso de cambiar nuestra historia si nos da la gana y también tener otras perspectivas de nuestros horizontes…

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