Imposible

Imposible, entre la multitud de rostros, luces y humo, encontrar el rostro caliente de la patología. Con ese extraño sexto sentido que tiene la vocación de la víctima por su verdugo. Esperaba la sombra de esa multitud, que me fagocitara y he aquí que me siento más que nunca quemado por el mediodía de mis ensoñaciones románticas. No sé cómo llamar a un espécimen de mi naturaleza. Anacronismo, supongo. Luego, la vida es un eterno huir entre los árboles, a lo largo de ríos que se dicen interminables, dejando huellas sobre las huellas de otros animales. Al final, después de empujar la salida y deshacerme de los últimos dos rostros, sé que soy un marginado, que nunca he sido parte de nada, que las luces de la noche están por apagarse. Ahí está la muerte en el retrovisor. Cuando trato de regresar. Cuando me detengo cada cien metros porque no quiero ver de nuevo ese apartamento que parece abandonado. Cuando no quiero verme en el espejo ese del baño imaginando algunos besos en mi boca. Cuando me desvié a un restaurante cualquiera a escribir las crónicas de este domingo que ya se hizo lunes y que no descansa de rezumar nostalgia.

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