Escribir

Escribo porque sí, porque es inevitable. Porque la vida es una pompa de jabón y una montaña. Porque no puedo detener las horas que me atraviesan con dardos envenenados de vida. Porque los pensamientos se empujan entre las hojas frescas de un limonero que mi memoria prefiere no olvidar. Porque un beso se vistió de bala y una lágrima quiso ser felicidad. Porque me sentí alguna vez pequeño, tan pequeño, que podía atravesar sin problemas la cerradura del sueño y volar hasta que se acabara la noche. Y entonces, escribí. Lleno el pecho de insectos que zumbaban y la cabeza de aves migrantes que quisieron probar las nubes de algodón, como me decía mi madre cuando ni siquiera sabía que podía ser alguna cosa, un humano o un extranjero. Ya no puedo, si quisiera, dejarlo. Incluso si nadie lee estas líneas, o estas líneas no sirvieran para nada. Ya no puedo dejar esta pequeña comarca y sus esquinas del ahora que me ofrecen, no sin cierta malicia, un horizonte ardiente que siempre está próximo y lejano.

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