Mi pequeño yo

Caminamos... Yo y mi pequeño yo... El sol es una bola ardiente en medio del cielo. El sol es lo que hace al verano, verano, dice mi pequeño yo henchido de gozo y yo le creo porque cómo podría ser que algo esté mal en medio de esta mañana repleta de proyectos y aventuras que soñamos concluidas en alguna coordenada del futuro. Yo y mi pequeño yo caminamos de la mano por la acera gris rayada de grietas y nos decimos a nosotros mismos: este es el momento ideal para dejar de pensar. Yo y mi pequeño yo nos detenemos a la par de algún parque para niños y decidimos no pensar. ¡Es una alegría sorprendente!, dice mi pequeño yo. Yo le digo: "era" y dejamos que la línea de una sonrisa se chorree por los labios y nos manche la camisa. De todas maneras, de eso se trata el verano. De dejar a un lado los egos. ¡Me muero de la risa!, dice mi pequeño yo. Y yo pienso que mi pequeño yo no se percata que siempre está la muerte ahí, en la sombra que hacen los momentos plenos de la vida. Mi pequeño yo rueda vertiginosamente hacia la siguiente hora del día mientras le grito con desesperación que se va a caer. "Uno debería renunciar a protegerlo tanto", me digo, "parezco de esas mamás que las revistas critican en columnas interminables", agrego. No puede evitar uno sentir lástima por mi pequeño yo. La vida está llena de tantas estrellas malogradas y no soy lo suficientemente fuerte para levantarlas todas a la vez. Mi pequeño yo vuelve su rostro hacia mí, raspado y sudoroso, feliz. Me acuerdo que es verano y que salimos juntos, yo y mi pequeño yo, a sentir el sol en medio de un cielo azul, a caernos juntos por la vida como grandes comediantes.

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