Cuando se hace de noche...

 Cuando se hace de noche, de noche se pone la calle y su asfalto respira pausadamente los humores del día acabado. El río recita su rosario de lágrimas de san pedro y yo lo sigo a través del pasillo que fue mi infancia, entre las velas oscurecidas de mi madre y sus visiones inquietas. Imagino sus orillas porque definitivamente son como las de mi cama mientras veía ratas gordas y ajenas jugar al azar contra la luna. Las casas se recogen en sus íntimas renuncias y nadie las ve llorar, porque, en fin, de quién es la culpa, ¿no? Yo, entonces, me recojo en estos espacios en blanco y pienso que la noche es algo que nos pasa cando ya nos pasó el día, porque no se puede cantar sin dejar caer algún silencio, porque eso es lo que buscan los perros debajo de nuestras mesas servidas para el mañana. Aunque en la noche, cuando el río recita y la calle nocturna y las casas, los perros vuelven sus panzas a las estrellas con los ojos cerrados. Nos parecemos tanto. Porque no es que piense en el tiempo y el espacio, es que, en realidad, me suceden en la noche, gracias al secreto de mi adentro.

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