La noche polaca

La tibieza de la luz que rueda por los espacios del tiempo. No puedo hacer más que recostarme suavemente en su regazo y esperar por el tránsito de la mañana que pronto se lanzará a las calles a ganarle una carrera a la frustración. Mis perros no conocen de la bolsa o bienes raíces y aún así ladran porque me quieren suyo. Yo le digo al mundo que son míos y después todo es una telaraña. Movidos por los misteriosos hilos de seda de lo que está por acontecer, nos decimos con seguridad que los sueños son frutas maduras que tenemos que alcanzar. Posiblemente fuera así, antes de los supermercados. Al caminar los adoquines del tiempo la mañana de un día cualquiera, cuesta imaginar que alguna vez existió la noche y que, como vendedora de puerta en puerta, volverá a la hora del atardecer con su serie de cachivaches para los párpados. Yo me quedo silencioso, por si pasa de largo y el día dura un poco más. Al final, le abro la puerta porque cómo me gusta, aunque sea, mirar entre sus pliegues la luz de los planetas. 

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