La casa imaginada

Cuando era pequeño, no podía imaginar una casa para mí. Las casas siempre eran de alguien. Construía, eso sí, con mis tucos, miles de naves espaciales. Todavía no podía imaginar que las casas viajaran. Así que lo que podía desear era un lugar a salvo dentro de las casas de las personas, en el rincón último, donde podía escuchar los murmullos de lo que ya fue. Acostumbrado a callar lo que observaba, pero a decir lo que debía, me parecía natural esa perenne sensación de estar desajustado. “Parece que vivir se trata de eso, ¿no?”. Cuando me fui de una casa para entrar a otra, de esa otra para entrar a otra, de esa otra para entrar a otra y el tiempo también era un cuarto de alquiler que habitaba mientras la muerte…, creí que la vida se trataba precisamente del viaje. Pero yo siempre estaba en la luna. A la que me había ido hace mucho tiempo con la primera nave espacial que pude. Y no quería volver. Como las casas no viajan y yo nunca supe qué era una casa, me asenté cómodamente en la contemplación continua del tiempo. Pero entonces ocurrió que aquella casa, la primera, hizo sus propias maletas y le dijo al tiempo que guardara todos sus recibos. Y, por primera vez, unos meses después, mi casa tocó a la puerta extraña de mi inconsciente, porque quería ser imaginada. Mi primer pensamiento fue: “No pensé que viviría tanto para esto”. De hecho, era imposible, para mí, imaginar siquiera su forma, color, posición con respecto al sol, o si los vecinos así o asá. Así que utilicé mi primer estrategia de sobrevivencia: callar lo que observaba y decir lo que debía. De más está decir que fue como decirle a todas las personas que habitaran mi casa y, al rato, la casa estaba tan llena que yo no entraba. Y sin poder decir nada. ¿De verdad? ¿Sin poder decir nada? Pensé que debía seguir entonces mi viaje, que bien podría venir ya la muerte o que la casa podría quedarse así mientras porque, al final, ¿qué podía significar una casa? Y pensé en la Tierra, ¿qué no haríamos por este planeta? Pensé en la piel que sentía deshabitada. En los cariños que podrían hacerse un lugar si yo pudiera hacer algo de espacio. Tenía, entonces, que decir lo que observaba, ir en contra de lo que había aprendido y dejar pasar lo mejor posible las protestas. Tenía que volver de la luna y colocarme como centro de esa casa imaginada, no como un afán de posesión de algo, sino con el espíritu de quien se conecta con algo íntimo de su adentro. Como cuando hago manada con mis perros, familia con mis amistades, carne con mi familia o hacer planeta con mi casa imaginada, que es apenas un beso de futuro, una estrella todavía desconocida o una piel pagada al tiempo para ocultar o revelar cierta desnudez. Es así como acabo, entonces, de reconocerme, en ese regazo grande que es mi casa. Porque me permite imaginar en los confines de su adentro. Porque puedo ponerle unos motores especiales para hacer un viaje donde sea. Con toda mi manada. 

Comentarios

  1. Hijo eh la mama, las lágrimas surgieron entré en tus pensamientos y aún más, en los mios, Ber estás gestando como lo digiste, te lo juro que así se siente, algo que está dentro de uno formado de lo mas adentro de tu ser, pero no. Le conoces aún, está ahí formándose, y cambiará con los años, crecerá, y nacerá una relación, la primera noche que duermas en ella ❤️❤️

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    1. Qué maravillosa respuesta me diste. He pasado días pensando en ella. Y sintiendo mucho más...

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Gracias por compartir sobre tu propia esquina del ahora.

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