Espejo y escritura

 Me veo en el espejo. No lo hago mucho. El único espejo que tengo está en el baño. No lo he querido fijar a la pared. Así lo evado. Descansa ahí, junto al lavatorio. A veces, cuando necesito verme, lo apoyo entre el grifo y la pared. Y, para mi inquietud, me veo... Allí estoy, pero distinto. ¿Ves? Ay, mae, has envejecido. Pero lo pienso seguramente como lo piensa la gente que me dice "señor" o como quienes podrían espetarme si pudieran "chavorruco". Quienes creen que son progresistas piensan la libertad como algo recién descubierto y que solo ejercen quienes son jóvenes. Todo lo que es una celebración a los veinte, se convierte en una impostura a los cuarenta. Todo logro a una edad avanzada es en realidad una cita a la que llegaste tarde. ¿Quién le dio un reloj al mundo de hoy? Observo con tristeza las grafías en la pantalla (ya no es papel, lo siento) y percibo como el tiempo corre mientras el cursor se queda en suspenso. Como si uno tuviera todo el tiempo del mundo. Como si la escritura se diera cuenta del tiempo. Como si escribir fuera hacer cuentas. Al asomarme al espejo, el tiempo que se había detenido en mi adentro echa a correr desaforado y se pone nariz con nariz con la imagen. Cuando pongo de lado su superficie siniestra, el tiempo parece devolverse sobre sus pasos, como quien olvida algo o para dónde iba. En la escritura, es diferente. Al asomarme a la superficie agrietada por las grafías, pienso que las he puesto ahí para salvarlas del tiempo. Me asomo en ellas y el tiempo comienza a sucederles como si fuera un complicado mecanismo. O mejor, como si fueran una montaña que baja a un valle. O mejor, como si se elevara el vapor de una olla antigua que alguien puso a hervir en una cocina de leña. Como si todos los átomos se hicieran luz y se olvidaran de todo. Pero, entonces, recién me doy cuenta de que leyéndolas he sido yo aquel que fui arrebatado al tiempo. 

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