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Cuando...

Sucede cuando veo películas o fotografías, a veces cuadros o si escucho alguna pieza musical. Es un vacío, algo ido. Como si viera una línea paralela a mi propia vida. Entonces afloran imágenes de un pasado que no es mío, sentimientos que pertenecen a otros pero son tan propios. ¿No es esa una lágrima que se desbordó en mi ojo y hace un camino por esta piel que yo pensé era pura mirada, pero ahora es corazón y entrañas? ¿Y no es esa misma mirada que antes estaba absorta en ese otro espacio-tiempo la que queda teñida, impresa, contaminada o transfigurada cuando la vuelvo hacia el cielo de hoy que promete una saludable lluvia para la tierra sedienta de invierno? Recuerdo momentos con mi madre que nunca sucedieron, abrazos fantasmas que rodean este cuerpo, piezas de una vida que ya estaban descosidas desde el principio de este tiempo. Yo, burda pieza de tela, revoloteo en el acontecer mientras la aguja espera enhebrada que vuelva a la negra tierra.

Después de la lluvia

 Acaba de llover después de una noche hecha añicos y una ansiedad que continúa naturalizándose a medida que pasan los días. Tampoco fue un aguacero como aquellos de octubre, cuando octubre era octubre y los demás meses se comportaban como decía la abuela y la vida se consideraba inagotable. En medio de tanta nostalgia y tanto miedo, no tiene uno más remedio que desear el mundo que nadie procura por culpa de la inmediatez, la historia y una justicia a la moda. He mordido una pequeña hora del atardecer cocida en celajes para sentarme y escribir. Los perros ladran a quienes pasan hundidos en este sábado común y corriente. Me cuesta creer que tanta trivialidad sea responsable de las grandes catástrofes que anuncian quienes se asoman al futuro. Insisto en creer que no están completamente equivocados. 

No domingo

 Dejo la sombra moverse por mi adentro. Da lo mismo materia o energía, cuerpo o espíritu. La sombra no sabe de binarios ni diferencias. Mientras, resuelvo lo pequeño. Hago un té de zacate de limón, me como una granadilla, pongo la comida de los perros. Ellos simplemente esperan. Se dedican completamente a su hueso, a los latidos de su corazón, a su peso en la cama. Yo, mientras, intoxicado de humanidad, quisiera arrancarme todo ese adentro plagado de sombra y quedarme puro exoesqueleto, blanqueado al sol de este verano inclemente. Pura respiración sin pulmones. Puro amor sin objeto. Solo porque me ha abandonado la divinidad y soy más profano que el polvo. 

Duelos insignificantes

 El inquilino que se va y nunca conociste más que por sus ruidos y salidas urgentes al trabajo. La persona que se baja del bus o el tren antes de la parada que te toca. Conducir por la 32 y el auto que sentías que te acompañaba durante la última media hora toma una desviación hacia quién sabe dónde. ¿Qué será de estas personas? ¿Qué será de quienes permanecen cuando soy yo el que tengo que salir, irme, desviarme? Algo como un vacío que se tiene que ignorar de inmediato porque, ¿cómo podría uno vivir con tantos duelos insignificantes? Más bien tiene que ver con preguntarse cuándo me voy, me bajo o me dirijo sin dudas hacia mi destino. Como si uno se desprendiera de algo que es solo el tronco de una coincidencia. Lleno de fibras humanas. Deseos todavía por cumplirse. Automatismos propios de la conservación. Aquí voy. Desprendiéndome. 

Las tres casas

 Creo en la gente que habita la casa de la justicia. Sus manos ásperas no están acostumbradas a las caricias, pero nadie se queda afuera de sus puertas porque su techo nos cubre a todos. Creo en la gente que habita la casa del amor, porque guardan un abrazo para quien viaja el tiempo con fatiga y sin mapas. Porque comprenden con ojos bondadosos a quienes se equivocan y a quienes se pierden en la noche que es el yo. Es por eso que construyen en las fronteras, en los amaneceres y atardeceres mientras escuchan con atención la oscuridad. Creo en la gente que habita la casa de la esperanza. Porque es una casa que está abierta para todas las personas y fue construida con el techo tan alto como el cielo mismo. En ella cabe la vida entera y cuando alguien nace y ríe, todavía hay espacio abierto para esa risa.  Preocupado porque somos criaturas que vemos nuestros pies al caminar, se me olvida con frecuencia el hecho incontrovertible de que estas tres casas están habitadas a pesar de nuestros br

Futuro

 Los perros esconden su nariz debajo de su pata delantera y así se duermen. Hechos un ovillo en la esquina de allá o en la cercanía que es acá. Permanezco en vigilia porque es de humanos pensar en las cosas que no existen. No está mal, de hecho. Es así como aparece la comida en sus platitos. Porque uno la saca del futuro, como si toda la potencia residiera allí. No en un origen o una esencia, sino en la pura potencia que el después puede expresar. Es esa focalización de lo invisible lo que es el cielo y la condena porque, ¿cómo no consumirse de miedo con un futuro excluyente, competitivo y progresivamente determinado? No sólo es la potencia de la realización, sino la potencia de lo que puede ser. Lo que conlleva la propia potencia futurística. El futuro podría ser, de repente, aquello que está prohibido (vive en el aquí y el ahora), aquello que es un destino inexorable (el juicio final o la muerte), aquello que es una creación en sí misma (el proyecto de sí) o aquello que siempre está

El ciclo se cierra.

 Pareciera importante cerrar el ciclo. Ahora que no hay señales terribles en el cielo ni cartas echadas sobre la mesa prediciendo esto sí esto no. Los perros se duermen y el cielo todo gris presagia un aguacero que no caerá. Quisiera que ellos me hablaran, que yo pudiera entenderlos, pero ya les hablo y, a veces, los entiendo. Tal vez los entiendo más que al puñado de años que ya viví. Por eso me gusta que el tiempo se detenga mientras estamos juntos. Pero no es el tiempo lo que se detiene. Debo levantarme de aquí. La vida esta sucediendo.